viernes, 22 de diciembre de 2006


ORTOBULIMAREXIGÉNICOS


He acuñado este término para definir por su medio todas las causas conocidas y por conocer que conducen a padecer los trastornos alimentarios englobados con los términos ortorexia, bulimia y anorexia; la génesis de estos deseliquibrios homeostáticos es múltiple, y un abordaje unidisciplinario no ha aportado conocimientos suficientes que lleven a su prevención cabal y mucho menos a su curación absoluta. Por ello emprendo este análisis que no intenta ser exhaustivo y sólo intenta dar unas cuantas pistas más sobre el posible origen y subsecuente curación de estas tres obsesiones compulsivas.


Hay quienes remiten la causa primordial a un desfase entre la propia percepción corporal y el canon impuesto por los mass media de la mujer perfecta (o el físico masculino idóneo, si es el caso), en el caso de la anorexia y la bulimia, olvidándose de remontar el origen más lejos todavía, cuando la enfermedad estaba larvada en la sique del individuo presta a eclosionar cuando las circunstancias fueran óptimas. Es hasta ese profundo enrraizamiento donde quiero acudir, porque sólo desde ese punto se comprende en su amplitud la circunstancia que da pie a caer en las redes de estas conductas rituales y autoperpetuantes.


Su origen se remonta al momento mismo de la concepción, al instante preciso en el que el óvulo fecundado se implanta en el endometrio de la mujer que va a ser madre; si la recipiendaria de la nueva preñez no dispone en su cuerpo de todos los nutrientes adecuados para el correcto desarrollo del feto, ya podemos añadir un factor determinante para fertilizar el terreno de estas enfermedades, pues el ser que crece va a recibir en su ingesta umbilical sólo porciones de ciertos nutrimentos o en caso de otros, un nulo aporte, lo cual va a improntar cada célula en desarrollo de un gradiente nutrimental desequilibrado, medida desde la cual va a pugnar el feto en desarrollarse a pesar del desequilibrio del sistema que lo sostiene. Pero la marca va a quedar de por vida. Prueba de ello son los estudios realizados en madres que ingirieron carbohidratos y grasas en demasía estando embarazadas, los cuales propiciaron la proliferación de celulas lipídicas que impelieron el desarrollo de niños y niñas gord@s que se convirtieron en adult@s obes@s a pesar de tener dietas controladas. ¿Infancia es destino? Más que eso, el destino comienza a escribirse desde antes.


Si la madre no dispone de recursos emocionales suficientes, o estos están permeados de venenos emocionales (odio, ofuscación, tristeza, egoísmo, etc.), la nutrición emocional queda también comprometida, y si tomamos en cuenta la relación que la medicina china ejerce entre los órganos y las emociones, ya podemos pensar que una madre que odia en algún sentido, visiblemente o no, va a afectar, no sólo sus propios órganos, sino los del bebé que florece en sus entrañas. La irradiación emocional, aunque no se encuentra medida todavía por los instrumentos científicos ortodoxos, es un hecho para cualquiera que intente reparar en la forma en la que alguien afectado de una emoción descollante mueve a su entorno social. Y cuánto más sucede dentro de una placenta, cuando ese bebé no puede oponer la intelectualización adulta, la voluntad propia, o el correspondiente antídoto ante la emoción que llega a él como parte del aporte energético que la madre realiza sin parar.


Hasta aquí la primera parte del análisis de las dádivas maternas, tanto síquicas como físicas, en período gestante. Aunque el tema, por supuesto, da para más.


Cuando el niño nace, a la par de las múltiples y apabullantes avalanchas sensoriales, debe reconectarse de inmediato con el medio del cual provino, y el cuerpo de mamá y sus senos se convierten de inmediato en el eje a partir del cual se despliega su mundo creciente. Si en el vientre no debía clamar por nada, porque todo le era dado sin que lo pidiera, ahora dice su primera palabra, y ésta es un reclamo: el llanto. Llanto que la madre debe aprender a descifrar, llanto que debe acallar satisfaciendo las apremiantes necesidades que a través de él se enuncian. Una madre que fracasa en satisfacerlo puede alcanzar la masa crítica que siente la base de una anomalía energética, pues en el niño se genera un déficit que lo perseguirá hasta ser satisfecho, no importa cuánto tiempo pase. No importa que deje de llorar...


Llanto satisfecho y lactancia exitosa, dos piedras angulares para la fundación de una salud de hierro, tanto síquica como física.


Si ante su llorar y gemir no se sacian sus demandas, el estímulo que genera su clamor aminora su paso, hasta que sobreviene el silencio, y la pérdida de la relación entre un requerimiento sicosomático y su manifestación visible. Si el niño tiene hambre, y no le dan alimento, ya tenemos el caldo de cultivo para que cuando adulto ignore paulatinamente la señal corporal de la necesidad de comer hasta que de plano la haga desaparecer del plano de la consciencia. Si desea un aporte energético que eleve su temperatura corporal hasta un estado placentero y no acuden esos brazos a pacificarlo, ya tenemos el germen de un adulto que se ha convertido en alexitímico porque nunca desarrollo por completo la expresión de sus necesidades, ya que ante sus pedimentos no hubo respuesta que estimulara el que siguiera expresando sus hambres de amor.


Cuando llega la segunda crisis de independencia del niñ@ sobre la madre (la primera es cuando nace), es decir, cuando los vislumbres de una adultez se ciernen hormonalmente sobre el cuerpo, suele ser el momento en el que surgen los T.A (trastornos alimentarios), y esto, debido a que la interiorización que ya se ha llevado a cabo del papel materno debe comenzar a funcionar a todo vapor. Aquel, o aquella que haya interiorizado a una madre tóxica, poco o nada nutricia, no va a tener recursos para empezar a velar por sí mism@ integralmente, y el primer bastión donde se llevará a cabo esa lucha perdida será la comida, pues la comida es el símbolo arquetípico de la madre. La introyección y apropiación de las funciones maternas se ejerce entonces con todas sus virtudes y defectos cada vez con mayor intensidad, y si la disfuncionalidad materna es mayor que su armonía, sobrevendrá la crisis. Crisis de resolución, por supuesto, pues esa gama de síntomas son la segunda generación de llantos que ese/esa adult@ vierte para que su madre (externa o interna) satisfaga por fin lo que se dejó trunco alguna vez.


Por eso en el sistema de apoyo de un/a enferm@ es vital la presencia y participación de la madre. Y por eso, en los hospitales donde se confinan los casos más críticos y extremos, se habla, sin siquiera imaginar cuánta razón acude al término, de la función de "maternaje" de los terapeutas que los atienden. La maternidad incompleta que un día se creyó despedir para siempre ahora vuelve como único medio para rescatar a sus huérfan@s involuntari@s.


No importa si la madre no está, está muerta, no quiere colaborar, o sí es parte activa de la recuperación, pues ésta pasa por sanear el arquetipo y el vínculo filial (aunque sea "in absentia"), y por introyectar de nuevo las funciones maternas nutricias para que se disponga de recursos autónomos que generen homeostasis e impidan nuevas recaídas.


Sólo teniendo un centro claro, una función propia de maternaje adecuada y sana, se es capaz de la independencia y de la salud. No importa si la madre externa es el icono ejemplar del defecto y el exceso, siempre y cuando la interiorización y apropiación de las virtudes maternas modelo quede completada y funcione a cada instante.


La conclusión, es sencilla: adoptémonos... Y antes de hacerlo, pensemos bien en qué clase de padres queremos ser con nosotros mismos. Y dediquémonos en cuerpo y alma a crearlos en nuestro interior.


Iván Ardila Anzúres,
16 de Junio del 2005,
Ciudad de México.
e-mail: ivanardila@gmail.com

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