martes, 26 de diciembre de 2006

Tlaltecuhtli según Matos Moctezuma


LOS DIOSES DE LA MUERTE

"¿A dónde iré?
¿A dónde iré?
El camino del Dios Dual.
¿Por ventura es tu casa en el lugar
de los descarnados?
¿Acaso en el interior del cielo?
¿o solamente aquí en la tierra
es el lugar de los descarnados?"1
(Cantares Mexicanos: fol. 35.)


En estas breves palabras originalmente escritas en nahua encontramos en los Cantares Mexicanos referencia clara de los tres niveles que conforman la estructura universal de los pueblos nahuas. Ante la incertidumbre que presenta para el cantor el destino final del hombre y del lugar que se le deparará después de la muerte, vemos una sola afirmación: el camino del Dios Dual. Lo anterior nos lleva a la obligada pregunta: ¿por qué el concepto de dualidad? ¿Qué se le deparaba al individuo después de la muerte? ¿Qué dioses se encontraban en el lugar de los muertos y cuáles eran sus atributos? Veamos a continuación las posibles respuestas a estas interrogantes basándonos tanto en el dato arqueológico como en el que nos proporcionan las fuentes escritas.

LA DUALIDAD VIDA-MUERTE
Si se desea comprender -por lo menos en parte-, el pensamiento prehispánico acerca de la estructura universal y de cómo se concebía el mundo, debemos partir del principio fundamental de la dualidad. Ya nos había hablado López Austin páginas atrás de cómo los pueblos nahuas concebían el universo circundante. Es así como la observación cotidiana, el conocimiento empírico de estos pueblos les permitió conceptualizar ese orden universal en el cual la idea de la dualidad vida-muerte era esencial. El observar que había una temporada de lluvias en que todo florecía y una de secas en que faltaba el líquido vital y todo moría, llevó al hombre a dividir su propio calendario en esas dos partes presentes a lo largo del año trópico, divididas por las festividades dedicadas al dios viejo y del fuego, Señor del año: Huehuetéotl-Xiuhtecuhtli. El concepto dual también quedaba expresado en el principal templo azteca: el Templo Mayor. Si vemos las características del edificio y los dioses que lo presidían, será fácil encontrar en él la esencia de la estructura universal además de los lugares a los que irían los individuos -o su teyolía, especie de "alma"-, después de la muerte.

En efecto, el edificio del Templo Mayor encierra en su propia arquitectura la concepción universal: la parte alta es la dualidad vida-muerte expresada en los adoratorios de Tláloc (dios del agua) o de Huitzilopochtli (dios de la guerra); los cuatro cuerpos de la pirámide son otros tantos niveles celestes de ascenso que llevan a la dualidad. En cambio, la plataforma sobre la que se asienta el edificio la consideramos como el nivel terrestre, aquel en que vive el hombre y en donde se ha encontrado el mayor número de ofrendas a los dioses. Las cabezas de serpiente localizadas refuerzan esta idea. A ello hay que agregar que ambos lados del Templo se conciben simbólicamente como dos cerros sagrados: el de Tláloc corresponde al Tonacatépetl, el cerro en que se encuentran depositados los granos de maíz y el alimento del hombre, celosamente guardados por los tlaloques. El del lado de Huitzilopochtli es el Coatepec, el "cerro de la serpiente", en donde se llevó a cabo el combate entre el dios solar y de la guerra y su hermana Coyolxauhqui, lucha que simboliza el triunfo diario del astro diurno sobre la Luna y los poderes nocturnos representados en la diosa decapitada y desmembrada. Pero más aún, el Templo Mayor es el lugar de mayor sacralidad, es el axis mundi, el centro de la concepción universal de este pueblo. Ya hemos señalado cómo por el Templo Mayor se puede subir a los niveles celestes o bajar al inframundo; de él parten los cuatro rumbos del universo. De allí que, como paso hacia el Mictlán, el lugar de los muertos, estos cerros se constituyan en los dos cerros de que nos habla el mito que es necesario atravesar para iniciar el recorrido hacia el inframundo. De ahí la idea de que sean "dos cerros que chocan entre sí". En relación a lo que decíamos antes, en el Templo Mayor están expresados los sitios a los que se iría después de la muerte: el Tlalocan o lugar del dios del agua; el Sol representado en Huitzilopochtli y al que iban los muertos en combate o sacrificio y las mujeres muertas en parto. A través de él, como se dijo, se entraba al inframundo para llegar al Mictlán.

Antes de continuar nuestro recorrido al mundo de los muertos, dejemos sentado que la idea de dualidad es la base fundamental para entender el pensamiento prehispánico acerca del universo. Queda claro, entonces, que este concepto se manifestó desde épocas muy tempranas en los distintos pueblos mesoamericanos en figuras de doble cabeza o en rostros en que la mitad de la cara se muestra descarnada y la otra con piel; queda expresado también en el calendario mismo que regía la vida diaria del hombre prehispánico e inclusive en edificios que, como el Templo Mayor, no eran nada más templos sino que encerraban en sí mitos, simbolismos y esencias ancestrales que cobraban forma a través de la arquitectura, la escultura, la pintura y las ofrendas en él encontradas.

Ahora bien, esta idea de vida-muerte-vida se entendía como un ciclo constante tal como se apreciaba en la naturaleza. A la temporada de lluvias y de vida seguía la de secas y su consecuencia: la muerte. De ésta, a su vez, iba nuevamente a surgir la vida. Era así como el hombre prehispánico tenía una diferente concepción del tiempo, del transcurrir, del devenir en que los dioses jugaban un papel determinante. Había que mantener el equilibrio universal y de allí los rituales, la oblación a los dioses y el tratar por diferentes medios de mantener el orden del universo. De allí la explicación del sacrificio humano: de la muerte surge la vida. De esta manera el hombre muere para que a la vez vuelva a nacer la vida.

Tomado del libro de Alfredo López Austin,
Tamoanchan y Tlalocan, 1994.

EL MUNDO DE LOS MUERTOS


Al hombre, al morir, se le destinaba alguno de los tres lugares conforme al género de muerte: acompañar al Sol, el Tlalocan o el Mictlán. El primero se le deparaba, como ya se señaló, a los guerreros muertos en combate o sacrificio y a las mujeres muertas en parto, ya que se consideraba esto último como una guerra en que el niño era el prisionero. Los guerreros acompañaban al Sol desde su nacimiento por el oriente hasta el mediodía, en tanto que las mujeres lo hacían desde el mediodía hasta el atardecer. Por eso a este último rumbo del universo se le llamaba Cihuatlalpam o rumbo de las mujeres.

Al Tlalocan iban todos aquellos individuos muertos en relación al agua, incluidos los que morían por un rayo. Se le describe como un lugar de eterno verano y de verdor constante. En él residían el dios del agua y sus ayudantes, los tlaloques.

El Mictlán era el noveno y último nivel del inframundo. A él iban quienes morían de muerte natural o de enfermedades no relacionadas con agua. Había que pasar por diversos lugares de acechanzas como leemos en Sahagún en su "Libro Tercero" o como nos lo dice el Códice Vaticano 3738. Según el fraile cronista, se pasaba un río, dos cerros que chocan entre sí, el lugar de la culebra que guarda el camino, el lugar de la lagartija verde, ocho páramos, ocho collados, el lugar del viento frío de navajas, atravesar el río Chignahuapan y llegar, finalmente, al Mictlán.2 Aquí residía una dualidad, Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl, Señor y Señora del mundo de los muertos, en claro equilibrio con la dualidad que presidía el Omeyocan o treceavo cielo: Ometecuhtli y Ometecíhuatl, Señor y Señora Dos.

Según el Códice Vaticano 3738,3 los lugares por los que pasaría el individuo para llegar al Mictlán eran: la tierra, el pasadero de agua, el lugar en donde se encuentran los cerros, el cerro de obsidiana, lugar del viento de obsidiana, lugar donde tremolan las banderas, lugar en donde es flechada la gente, lugar donde se comen los corazones; lugar de la obsidiana de los muertos y el Mictlán o sitio sin orificio para el humo.

Esta idea de nueve lugares o escaños nos ha llevado a plantear una hipótesis que trata de responder al porqué de concebir nueve pasos al inframundo. Pensamos que esto se relaciona con el conocimiento fisiológico del embarazo y el parto. En efecto, la primera señal que se tiene de que la joven está embarazada es la detención del flujo menstrual. Habrán de darse nueve detenciones menstruales para que después ocurra el nacimiento. No hablamos de nueve meses ya que esto no correspondía a la cuenta en el mundo prehispánico, en donde bien sabemos que los meses tenían 20 días. Pues bien, así como había las nueve detenciones referidas con los peligros de que se perdiera el producto, la primera señal de que el nacimiento estaba por darse era la salida del líquido amniótico en el cual había estado el feto, el rompimiento de la fuente. Ese río de agua no pasaba desapercibido para el médico prehispánico, ya que era lo que precedía a la vida. El nacimiento se acompaña también con sangre y otros humores. Si era varón, el cordón umbilical se enterraba en el campo de batalla, como una especie de liga mágica que atrajera al recién nacido a la guerra. Si por el contrario era niña, se enterraba junto al fogón en el interior de la casa. Pero siguiendo con nuestro relato, diremos que al momento de ocurrir la muerte del individuo, éste tenía que hacer el viaje de regreso al vientre materno, a su lugar de origen. Por eso se le colocaba en posición fetal y su teyalía tenía que emprender el viaje al Mictlán, para lo cual era necesario atravesar las nueve acechanzas y peligros ya mencionados, tal como ocurrió dentro del vientre materno. No es de extrañar, por lo tanto, que uno de los primeros lugares que hay que atravesar sea la corriente de agua.4 Ahora bien, es importante considerar el papel que juega Tlaltecuhtli, Señor de la tierra, ya que a él le corresponde con sus grandes fauces y afilados dientes comer la carne y la sangre del muerto. Así nos lo relatan algunos cantos nahuas:

"El dios de la tierra abre la boca con hambre de tragar la sangre de muchos que morirán en esta guerra. Parece que se quieren regocijar el sol y el dios de la tierra llamado Tlaltecuhtli; quienes dan a conocer a los dioses del cielo y del infierno, haciéndoles convites con sangre y carne de los hombres que habrán de morir en esta guerra. Ya están en la mira los dioses del cielo y del infierno para ver quiénes son los que han de vencer... cuya sangre ha de ser bebida y cuya carne ha de ser comida."5

Con lo anterior queda claro que corresponde a Tlaltecuhtli alimentarse de la carne y sangre de los muertos. Es esa especie de vagina dentata que tritura a los hombres para que puedan pasar al mundo de los muertos. Esto vuelve a resultar significativo en cuanto al retorno del individuo a la matriz original, pues lo primero que habría que atravesar es la vagina materna. Diversos códices nos han dejado pintado al Señor de la tierra, Tlaltecuhtli, con sus enormes fauces devorando a un individuo.

Ahora bien, ¿cómo se concebía el Mictlán? Es importante aquí referirnos a la cueva, ya que este elemento tiene en sí la concepción dual. A través de la cueva se podía entrar al mundo de los muertos, pero también era lugar de nacimiento de hombres. Una vez más estamos ante la idea de vida y muerte presente en un aspecto tan relevante como lo fue la cueva. Recordemos cómo debajo de la pirámide del Sol en Teotihuacan se encuentra una cueva que motivó la construcción de este edificio en aquel lugar. A su vez la cueva se considera como matriz, al igual que la olla de barro: "la cueva, el temazcal, el útero materno donde se concibe, crece y nace el hijo, es también la vagina", nos dice Alcina Franch.6 Muchas de las representaciones conocidas de Tláloc, dios del agua, lo eran en forma de olla o de jarra, ya que contiene el líquido vital, el líquido amniótico que enviará a la tierra en forma de lluvia. Conocemos diversas representaciones en que un personaje toma al dios en forma de olla y arroja el agua a la tierra.

Pero volviendo a nuestro tema, diremos que la palabra Mictlán ha sido traducida de diferentes maneras. Se habla de que era un "lugar muy ancho; lugar oscurísimo; que no tiene luz ni ventanas". Se le conoce también con otros nombres como Ximoayan, "donde están los descarnados"; Atlecalocan, "sin salida a la calle", etc. . . Para los misioneros del siglo XVI era considerado como equivalente al infierno, aunque en el pensamiento nahua más bien se tenía como sitio en donde quedaban depositados los huesos de los antepasados. En los testimonios de la antigua palabra, los huehuehtlahtolli, vemos expresados con gran claridad los consejos de los padres a los hijos pero con una fuerte influencia cristiana. En el siguiente ejemplo el concepto acerca del Mictlán se parece más a la concepción católica del infierno:

"...cuando concluya su vida, irá a la región de los muertos, así por siempre allá arderá, llorará, pasará hambre, varias formas de tormento le serán dados. Será su gran desdicha para aquellos que vayan a la región de los muertos porque siempre allá recibirán su merecido, padecerán en vida, nunca terminará su tormento."7

En cuanto a la forma del Mictlán, ésta era acorde con la concepción del universo del que formaba parte. Así, tenía nueve escaños en sentido vertical y cuatro "espacios" en sentido horizontal, orientados conforme a los rumbos del universo. Esta idea aún persiste entre pueblos nahuas actuales como en San Miguel Tzinacapan en la sierra de Puebla, estudiado por Tim Knab. Es interesante constatar que entre los de San Miguel se le denomina Tlalocan al inframundo y las cuevas juegan un importante papel en relación al mundo de los muertos.

LOS DIOSES DE LA MUERTE

Para tener una idea clara de aquellas deidades que estaban relacionadas con el mundo de los muertos, es indispensable partir de lo que ya se ha expresado en cuanto al recorrido que hacía el individuo después de la muerte. El cuerpo se preparaba y se le colocaba en posición sedente antes del lapso en que se presenta la rigidez del mismo. Se le envolvía en mantas o en petates según su condición y se le colocaba en la boca una piedra verde a manera de corazón, o de obsidiana si era persona del pueblo. El bulto mortuorio era amarrado fuertemente y se le ponía una máscara a la altura de la cara. Al momento de preparar el bulto un anciano le dirigía al difunto estas palabras, según lo que nos relata Sahagún:

"Oh hijo, ya habéis pasado y padecido los trabajos de esta vida; ya ha sido servido nuestro señor de os llevar, porque no tenemos vida permanente en este mundo y brevemente, como quien se calienta al sol, es nuestra vida; hízonos merced nuestro señor que nos conociésemos y conversásemos los unos a los otros en esta vida y ahora, al presente ya os llevó el dios que se llama Mictlantecuhtli, y por otro nombre Aculnahuácatl o Tzontémoc, y la diosa que se dice Mictecacíhuatl, ya os puso su asiento, porque todos nosotros iremos allá, y aquel lugar es para todos y es muy ancho, y no habrá más memoria de vos..."8

Las palabras continuaban y al muerto se le derramaba agua a la vez que, al irlo amortajando con mantas y papel, se le decía de los lugares que debía de pasar en su viaje al Mictlán.

Por lo que hemos visto antes en relación a Tlaltecuhtli, Señor de la tierra, es posible que uno de los primeros pasos que se le presentaba al cuerpo era el de ser devorado (descarnado) para que en esa condición pudiera continuar su andar hacia el Mictlán. Ya hemos dicho que en lo más profundo del inframundo se encontraba la pareja de dioses del Mictlán, Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl, que como hemos observado en la cita anterior también se les denominaba con otros nombres, si bien hay autores que consideran que los nombres de Aculnahuácatl y Tzontémoc eran aplicados a otros dioses que habitaban en algunos de los niveles del inframundo. Alfonso Caso, en su libro El pueblo del Sol,9 refiere que muchos eran los dioses que poblaban el inframundo además de los principales que ya hemos mencionado. Aparecen en parejas y nos han quedado los nombres de Ixpuzteque, "el de pie roto", y su esposa Nezoxochi, "la que arroja flores"; Nextepeua, "el que riega cenizas" y su esposa Micapetlacalli, "caja de muerto"; Tzontémoc y Chalmecacíhuatl, "la sacrificadora", además de Aculnahuácatl, al que ya nos hemos referido. Según el mismo autor estos dioses nos recuerdan aquellos que leemos en el Popol-Vuh, cuando los mensajeros búhos enviados por los Señores del inframundo invitan a Hunahpu y Xbalanqué para que bajen a Xibalbá, el mundo de los muertos de los mayas, para que jueguen a la pelota. Allí se encuentran a varias parejas de dioses del inframundo y pasan por diferentes lugares. El pasaje es interesante y dice así:

"Así fueron bajando por el camino de Xibalbá, por unas escaleras muy inclinadas. Fueron bajando hasta que llegaron a la orilla de un río que corría rápidamente entre los barrancos llamados Ni.zivan cul y Cuzivan, y pasaron por ellos. Luego pasaron por el río que corre entre jícaros espinosos. Los jícaros eran innumerables, pero ellos pasaron sin lastimarse.

"Luego llegaron a la orilla de un río de sangre y lo atravesaron sin beber sus aguas; llegaron a otro río solamente de agua y no fueron vencidos. Pasaron adelante hasta que llegaron a donde se juntaban cuatro caminos...

"...De estos cuatro caminos uno era rojo, otro negro, otro blanco y otro amarillo."10

Aquí es interesante hacer hincapié en la presencia de estos cuatro caminos que en realidad representan los cuatro rumbos del universo. Nuestros personajes se van por el camino negro que lleva a Xibalbá. El relato continúa más adelante enumerando distintos niveles por los que tienen que atravesar Hunahpu y Xbalanqué. Continúa así el relato:
"Los castigos de Xibalbá eran numerosos; eran castigos de muchas maneras.
"El primero era la Casa Oscura, Quequma-ha, en cuyo interior sólo había tinieblas.
"El segundo la Casa donde tiritaban, Xuxulim-ha, dentro de la cual hacía mucho frío. Un viento frío e insoportable soplaba en su interior.
"El tercero era la Casa de los tigres, Balami-ha, así llamada, en la cual no había más que tigres que se revolvían, se amontonaban, gruñían y se mofaban. Los tigres estaban encerrados dentro de la Casa.
"Zotzi-ha, la Casa de los murciélagos, se llamaba el cuarto lugar de castigo. Dentro de esta casa no había más que murciélagos que chillaban, iban y revoloteaban en la casa. Los murciélagos estaban encerrados y no podían salir.
"El quinto se llamaba la Casa de las Navajas, Chayin-ha, dentro de la cual solamente había navajas cortantes y afiladas, calladas o rechinando las unas con las otras dentro de la casa."11
Si nos fijamos con cuidado, veremos que mucho es el parecido con los lugares que hay que recorrer del inframundo nahua. En realidad, y como ya se ha manifestado, había comunes denominadores dentro de la religión prehispánica con variantes según la cultura en que se presentaba.
Muchas son las esculturas que se han encontrado de los dioses de la muerte, además del dato que ofrecen algunos códices. Se les representa descarnados, en forma de esqueleto y con el pelo encrespado. Tiene adornos de papel que asemejan rosetas con un cono alargado que sobresale. Así lo vemos representado en el Códice Borbónico y en varias esculturas, como es el caso del vaso encontrado en el Templo Mayor azteca hecho en piedra verde. También es de mencionar uno de los últimos hallazgos en este templo consistente en una figura de barro de 1.76 m de alto, que representa a Mictlantecuhtli en la posición antes dicha. El rostro y las garras son en realidad impresionantes. La cabeza tiene agujeros en los que seguramente se ponía pelo ensortijado como es común en estas deidades. En general la cultura azteca ha sido pródiga en representaciones de los dioses relacionados con la tierra y con el inframundo. Así, de Tlaltecuhtli conocemos diversas figuras y se le encuentra colocado en una posición inverosímil que da apariencia de un sapo. En brazos y piernas tiene cráneos como adornos y la cabeza tiene el pelo crespo. Sobre el rostro lleva una especie de antifaz que recuerda a Tláloc. De la boca surge, a manera de lengua, un cuchillo de sacrificios. El faldellín por lo general se adorna con cráneos y huesos cruzados. Por cierto, este dios no estaba a la vista sino que se le colocaba boca abajo, pegado a la tierra por ser el Señor de ella.
Las mujeres muertas en parto acompañaban al Sol en una parte de su recorrido y se han encontrado esculturas que se han identificado con ellas. Son las Cihuateteo, mujeres diosas, a las que se representa descarnadas del rostro, con el pelo crespo y las manos -o garras- en alto en actitud amenazante. Muestran los pechos y traen una falda como único atavío. Destacan por su calidad las del área de Veracruz elaboradas en barro y las mexicas de piedra.
No podemos dejar de mencionar a la fauna y flora que se relaciona con el mundo de los muertos. Es conocido que diversos animales, por sus características, correspondían a este mundo. Empecemos con el vampiro, succionador de sangre, que habita cuevas y sale en las noches, por lo tanto con una estrecha liga con el inframundo. Ya habíamos señalado que uno de los parajes o Casas que hay que pasar en el camino a Xibalbá es la Casa de los Murciélagos. Entre los zapotecos de Oaxaca había un culto especial al murciélago, el cual se llegó a representar en múltiples ocasiones. Una de las figuras más impresionantes que se ha encontrado recientemente es la del "hombre-murciélago", hallado en el pueblo de Miraflores, cerca de Amecameca. La figura antropomorfa tiene la enorme cabeza en forma de este animal y las manos y pies muestran las garras del mismo. La serpiente y la lagartija son mencionadas en otros tantos parajes que llevan al Mictlán, conforme a la versión nahua. En cuanto a otros mamíferos, en el Popol-Vuh se habla de la danza del armadillo por parte de los ancianos de Xibalbá. El perro también se asociaba directamente, pues ayudaba al individuo para cruzar los ríos de la región de los muertos. Por su parte, el jaguar también guarda asociación con el inframundo y la noche. Baste recordar el relato del Popol-Vuh en que una de las Casas o niveles está habitado por este felino. Entre las aves tenemos búhos y lechuzas que se asocian -aún hoy día- con la muerte. Ya hemos visto cómo los hombres-búhos son quienes invitan a los dos gemelos a viajar a Xibalbá. En los huehuehtlahtolli del centro de México también se hace referencia al hombre-tecolote. Dice así:


"Y cuando lo disponga Dios, entonces os arrojará en manos del hombre tecolote de la región de los muertos, el guardián de Dios de la casa de madera de la región de los muertos, si no tomáis bien lo que de Él viene."12

A lo anterior se une una serie de insectos en estrecha relación con los dioses de la muerte. Tal es el caso de arañas, alacranes, ciempiés y gusanos que en ocasiones se encuentran entre el cabello crespo de Tlaltecuhtli. Gusanos y abejas los vemos presentes en mitos como el de la bajada de Quetzalcóatl al Mictlán cuando va a buscar los huesos de los antepasados y llega frente a Mictlantecuhtli, quien hace sonar el caracol que perforan los gusanos y las abejas lo hacen sonar en su interior. Y qué decir de la flora asociada al inframundo. Recordemos que los árboles cósmicos tienen su raíz en el inframundo. Entre los mayas la ceiba es el árbol sagrado que se encuentra en los cuatro rumbos del universo y en el centro. Recientemente López Austin ha analizado lo relativo a Tamoanchan y Tlalocan, viendo la importancia que tienen ambos conceptos. Para este autor, Tamoanchan es el árbol cósmico "que hunde sus raíces en el Inframundo y extiende su follaje en el Cielo".13 Es un árbol formado por un tronco dual, de forma helicoidal, que es uno al estar en el centro y cuatro al ubicarse a manera de los cuatro postes que separan el cielo del inframundo. Sin embargo, este árbol (Tamoanchan) se compone de la parte baja del mismo, llamada Tlalocan, y la parte celeste o Tonatiuh Ichan. El autor resume así estos conceptos:

"Tamoanchan y Tlalocan, sitios de niebla, se revelan como partes fundamentales de un proceso cósmico de circulación de las fuerzas divinas que eran necesarias para dar movimiento y continuidad a los seres del mundo del hombre."

Dicho lo anterior, sólo nos queda iniciar nuestro recorrido por el mundo de los muertos. Aquí encontraremos el rostro de la muerte creado por el hombre a su imagen y semejanza...

EDUARDO MATOS MOCTEZUMA


1 Ver los Cantares Mexicanos

2 Sahagún, fray Bernardino, Historia general de las cosas de la Nueva España, Ed. Porrúa, 4 tomos, México. 1956.

3 Códice Vaticano 3738

4 Matos Moctezuma. Eduardo, El rostro de la muerte, Ed. GV. 198. México.

5 Sahagún, op. cit.

6 Alcina Franch, José, "Procreación, amor y sexo entre los mexicas", en Estudios de Cultura Náhuatl, núm. 21, México, 1991, pp. 59-82.

7 León-Portilla, Miguel y Librado Silva Galeana, Huehuehtiahtolli. Testimonios de la antigua palabra, Ed. SEP-FCE, México, 1991.

8 Sahagún, op. cit.

9 Caso, Alfonso, El pueblo del Sol, FCE., México, 1986.

10 Popol-Vuh, FCE, México, 1994.

11 Cso, Alfonso, op. cit.

12 León-Portilla, op. cit.

13 López Austin, Alfredo, Tamoanchan y Tlalocan, FCE, México, 1994
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