miércoles, 10 de octubre de 2007

La medicina abierta.








I LA MEDICINA BIOLÓGICA I

Pocas semanas antes de fallecer -en febrero de este año- el doctor Francisco Albertos Costán -pionero de la Medicina Integral en España y miembro del Consejo Asesor de nuestra revista- nos hacía llegar para su publicación tres artículos que venían a resumir lo aprendido en sus más de cuatro décadas de estudio y ejercicio médico. Bien, pues tal como anunciamos vamos a publicarlos consecutivamente porque de alguna forma constituyen su legado médico. En esta primera entrega el doctor Albertos nos aproxima a la Medicina Biológica resaltando las diferencias con la autodenominada Medicina Científica.

La medicina convencional -a la que hoy tiene acceso la mayoría de la gente en ambulatorios y hospitales- es insuficiente. Y no sólo por el número de médicos y volumen de recursos empleados sino por la naturaleza misma de esos recursos. De hecho cada vez hay más personas que tras agotar las posibilidades de la medicina alopática buscan cómo tratar sus dolencias con profesionales y métodos impropiamente llamados "alternativos", "complementarios", "suaves", "paralelos", "ecológicos", "biológicos", "naturales", etc. Y es que el índice de éxitos con tales métodos es notablemente alto cuando son practicados por profesionales solventes, adecuadamente preparados y dotados de suficiente experiencia. Lo que es aún más sorprendente ya que la mayoría de los casos que llegan a esas consultas no sólo no son recientes o presumiblemente banales sino que han sido atendidos antes por varios médicos y centros hospitalarios sin resultado alguno.
¿Cómo explicar pues la eficacia de los métodos no convencionales -a veces de origen antiquísimo- frente a la llamada "medicina científica"? ¿Se trata acaso, como algunos dicen, de auténticos "comecocos"? ¿De mero efecto placebo? ¿De una cuestión psicológica? No. El alto porcentaje de éxitos que se obtienen con ellos y la aceptación social tan extensa que actualmente poseen no puede despacharse con explicación tan simplista. Es más, el hecho de que uno de cada tres enfermos recurra ya a estas medicinas en los países más cultos y avanzados -pese a la oposición, el silencio y en ocasiones la persecución por parte de los controladores de opinión y de los dirigentes del Mercado de la Salud así como de la "competencia desleal" que representa el que la Seguridad Social y las aseguradoras privadas proporcionen sólo acceso a la medicina alopática- debería hacer reflexionar a todos sobre lo que está sucediendo.
Y es que hay dolores, trastornos, incapacidades y alteraciones de la conducta de todo tipo y clase que no encuentran hoy explicación en alteraciones orgánicas detectables por análisis de laboratorio, radiologías, ecografías y demás técnicas empleadas por la medicina que se enseña en las facultades. El clásico adagio "del trastorno anatómico al síntoma y del síntoma a la receta" -lema de la medicina organicista, también llamada "científica"- deja demasiados fenómenos sin resolver para poder aceptarla como un axioma de la práctica médica. Por otra parte, tanto la cirugía como la sofisticadísima quimiofarmacia fracasan hoy a menudo -total o parcialmente - convirtiéndose además a medio plazo, por sus efectos iatrogénicos, en un peligro añadido a los problemas inherentes a la enfermedad en sí.
No hay duda: para el componente funcional de todas y cada una de las enfermedades -quirúrgicas o no, orgánico/degenerativas o no, puramente funcionales o, al contrario, masivamente orgánicas- la medicina convencional alopática o farmacológica -con todos sus prestigiosos medios diagnósticos y terapéuticos- resulta manifiestamente insuficiente. Más allá de los mecanismos descritos en academias y facultades -centrados en la biología, la química molecular y la fisiología- el organismo es un complejo sistema de información y no una mera estructuración de órganos conectados por cables y tubos que al inicio de toda enfermedad se bloquean, averían o atascan por diversas causas generando un problema que hay que afrontar limpiando, desintoxicando y reparando esas vías obstruidas y potenciando luego los mecanismos autocurativos del cuerpo para restaurar su funcionamiento armónico. Porque ese propósito sólo puede cumplirse empleando el mismo lenguaje del cuerpo mediante pruebas capaces de captar lo más recóndito y sutil de su funcionamiento, pruebas basadas en una concepción cibernética y sintetizadora más que analítica. El problema es que como no conocemos más que una mínima parte de los dispositivos y dinámica interna del cuerpo hoy se elabora un catálogo de estímulos y respuestas (en lenguaje cibernético, entradas y salidas del sistema entendido éste como una caja negra desconocida en su estructura interior) y a partir de ese conocimiento afrontamos las reacciones patológicas usando estímulos que se dirijan al organismo en su mismo lenguaje a fin de conducirle a un comportamiento más saludable. Eso es lo que ha hecho siempre la Acupuntura, la Medicina Natural, la Homeopatía y muchas otras medicinas llamadas hoy de manera equívoca y despectiva "alternativas".
Históricamente la Medicina es y ha sido siempre una actividad imprescindible en el desenvolvimiento de la humanidad. El método de provocar "reacciones restauradoras" desde fuera -agujas, masajes, frío, calor, humedad, tierra, plantas, etc.- existe desde la prehistoria. Y sus fracasos, logros, necesidades y problemática han sido siempre un acicate para el desarrollo del saber. Empero, a partir de Galileo cambió poco a poco y en lugar de limitarse a tomar el organismo como una caja negra desconocida que es manejada por estímulos externos -paradigma de ese pensamiento es la Acupuntura- se exploró y analizó el medio interno utilizándose la química y el microscopio para analizar nuestras más recónditas estructuras. Lo cual supuso la movilización de todos los recursos científicos disponibles e incluso de otros que fue preciso crear.
Y así, hoy sería imposible entender la ciencia moderna sin el análisis, sin el experimento y sin el estímulo que la actividad clínica y las necesidades de la práctica médica han insuflado en las ciencias de base (Física, Química, Biología, etc.). El microscopio, los rayos X, la farmacología, el laboratorio de análisis, los experimentos biológicos, la cirugía y tantas otras actividades médicas y clínicas constituyen un magnífico ejemplo de ciencia aplicada que, a su vez, han desembocado en importantes descubrimientos de aplicación universal, alejados incluso de la actividad y práctica médicas.
A partir de la aparición de la medicina moderna o Anatomoclínica (Giovanni Baptista Morgagni: "De Sedibus et Causis Morbarum per Anatomen Indagatis", siglo XVIII) el progreso en conocimientos clínicos y anatomopatológicos fue más notable que en cualquier otra etapa histórica. Wirchoff, a mediados del siglo XIX, supo catalogar en apenas dos décadas más de cincuenta enfermedades que hoy siguen caracterizadas y definidas tal como él las describió. También en el siglo XIX, a partir de Pasteur, el progresivo conocimiento de las bacterias patógenas supuso una inmensa apertura de los avances científico-médicos que no ha cesado de crecer hasta hoy. La penetración del saber en el mecanismo de las epidemias, las vacunas y los antibióticos cambiaría radicalmente el conocimiento acerca de la morbilidad y la mortalidad con un impacto espectacular en el crecimiento -y factores de envejecimiento- de las poblaciones. Las técnicas diagnósticas de laboratorio y radiología crecieron igualmente enriquecidas con la ecografía, la resonancia magnética, el TAC, etc. La medicina hoy llamada "oficial" -y a veces, impropiamente, "tradicional"- ha llegado pues a cotas de conocimiento material y de dominio de técnicas de acción física o química sobre el cuerpo jamás alcanzadas por ninguna medicina antes. Puede decirse que el explosivo crecimiento de la actual sociedad de masas y el sorprendente incremento de la expectativa de vida tendrían difícil explicación sin el eficaz concurso de la medicina moderna, analítica y experimental. Se trata, pues, de una actividad crucial, absolutamente necesaria para la organización y desenvolvimiento de la vida humana en el planeta... pero es preciso reconocer que no ha resuelto de manera absoluta todos los problemas de la medicina clínica y por eso -aunque la tentación de negarlo sea muy fuerte para algunos- la atención médica aún se beneficia notablemente del aporte de las técnicas naturales, la Homeopatía, la Acupuntura y, en general, de la visión sintetizadora y global del organismo, la persona y su medio, tal como preconizara el gran Hipócrates.
Los gobernantes y administradores públicos conocen esos logros científicos, los avances de la Medicina de hoy y el alcance económico de la "industria de la salud". Y saben bien que es una importantísima actividad que por eso mismo hay que controlar al igual que se controlan la reserva energética, el urbanismo, las comunicaciones, la enseñanza, la pesca, la agricultura, el ejército, la policía, los bancos, la moneda y los tipos de interés. Y es evidente que todo proceso de gobierno y control tiende a limitar el espacio de libre desenvolvimiento del asunto a regular. Los reglamentos son como un juego (por lo demás todos los juegos tienen su reglamento), como las leyes de funcionamiento de un ordenador o una máquina: facilitan el desenvolvimiento de la cosa con tal de que renunciemos a cualquier variante de su comportamiento no prevista por ese mismo reglamento. Si se regulase el tamaño, peso, altura y potencia de todos los automóviles de manera que todos fueran "democráticamente" iguales y estuvieran provistos además de unos parachoques de caucho como los de los coches de feria es seguro que la morbilidad y mortalidad por accidentes disminuirían notablemente... pero es igual de seguro que esas medidas provocarían una gran conmoción en el mercado del automóvil y quizás una catástrofe en la industria del sector. Cada fin de semana se pierden en España por accidentes de tráfico numerosas vidas y todo el mundo lo acepta con resignada naturalidad como si de tormentas o terremotos de fin de semana se tratase. Pues bien, la Medicina -como el Amor, la Justicia, la Religión o el Pensamiento- reclama una faena previa de concreción, de ubicación en una situación definida que, a modo de quilla de navegar, la conduzca y otorgue pasaporte de veracidad. No hay "cosas en sí", independientes y libres de todo contexto. Más que hablar en abstracto hay que pensar en "qué", en "quién", en "cómo", en "cuándo" y en "dónde" se producen o manifiestan las dolencias. Por otra parte, el adjetivo "biológico" aplicado a la Medicina no significa exclusivamente una ciencia basada en los aspectos anatómicos, fisiológicos o puramente físico/químicos (ésta sería en realidad la posición de la medicina que hoy llamamos "oficial"). La expresión Medicina Biológica, en nuestros días, evoca el empleo de plantas, dietas, ejercicio, masajes y todo aquello que la gente relaciona con el naturismo de siempre completado con la filosofía del ecologismo, la no contaminación, etc. Y, ciertamente, si deseamos avanzar es preciso renunciar a la simplista interpretación generalizada de que Medicina sólo hay una y de que el adjetivo "biológico" es innecesario. Porque la verdad es que hoy no se comprende una medicina que no esté basada en lo biológico. Y de ahí su importancia. Es necesario pues respetar al máximo el cuerpo y todas sus funciones y pensárselo mucho antes de decidirse por cualquier intervención mutiladora, sea ésta física o bioquímica.
Se sabe también desde hace milenios que en el interior del organismo se producen acúmulos de desechos, cicatrices patológicas, acciones patógenas a causa de dientes en mal estado, etc. Y se sabe también que cualquier causa de enfermedad no actúa de la misma forma y con el mismo peligro en unos u otros temperamentos, edades o constituciones. La idea de que cada enfermo lo es a su manera preside este modo de pensar de la medicina y la tarea médica. Y por eso la táctica de mejorar hasta donde sea posible las funciones orgánicas -con independencia del remedio específico o la intervención quirúrgica que un caso concreto pueda precisar- está presente en la práctica médica de todos los tiempos.
Ciertamente los avances técnicos nos han proporcionado una visión cada vez más profunda de la mecánica del cuerpo y ello ha permitido poco a poco, con el paso de los siglos, mejorar y completar esa ayuda sanadora que, en conjunto, podemos llamar Medicina Hipocrática o Natural y que dejara reflejada en su famoso libro De los aires, las aguas y los lugares, verdadera biblia del naturismo que fue de obligada lectura y estudio en todas las facultades de Medicina hasta finales del siglo XIX. Y es que en sus escritos Hipócrates se anticipó 2.500 años a nuestra moderna visión ecológica de la salud .
Podría decirse que toda medicina, todo estilo de la práctica médica, puede clasificarse y evaluarse en función de la preocupación que el médico manifieste por mejorar el cuerpo y sus funciones como paso obligado para cualquier ayuda específica que después haya de prestársele. A causa de nuestro modelo de vida predominante en la actualidad -que ha herido de muerte, por ejemplo, las saludables costumbres tradicionales de la comida casera y muchos otros usos y costumbres del pasado- ese paso previo de reactivar y optimizar las funciones corporales en el proceso de ayuda a cualquier enfermo se han ido dejando de lado. Se tiene una visión "positiva", reduccionista y economicista de la salud, y se buscan remedios y soluciones específicas para la mayoría de procesos. Lo cual pospone o margina completamente cualquier visión integral y ecológica de los problemas médicos, y pone toda la labor médica en manos de las grandes multinacionales de la industria farmacéutica y fisioterapéutica que no pueden pensar en el enfermo concreto sino sólo en "la enfermedad" para así elaborar productos industriales. Para la medicina hoy habitual en un hospital moderno apenas se precisa la colaboración activa y consciente del enfermo (el despertar de su conciencia alimentaria, psicológica, lúdica, aeróbica, sexual, etc.). Basta con administrarle, en el mejor de los casos, uno o varios fármacos de acción fisiopatológica exclusivamente orientados al trastorno que, en opinión de la medicina oficial, de la estadística y de los protocolos clínicos, "se han apoderado del paciente" que en ese proceso es un ser pasivo que únicamente debe ser disciplinado o hacer bien los deberes que le marca el técnico de turno.
Por fortuna muchos médicos y pacientes suficientemente sensibles saben hoy que todo sistema médico -más o menos pretendidamente científico- que no tenga en cuenta la conciencia del enfermo y no se plantee de una u otra forma ayudar a éste a cambiar su modo o estilo de vida -hasta donde sea necesario- no logrará ayudarle a recuperar la salud porque todo planteamiento reduccionista conduce a un callejón sin salida. Por el contrario, cuando un médico atiende al enfermo como "persona irrepetible y única inmersa en una situación específica que hay que considerar en cada caso" estará practicando -sea o no consciente de ello- una medicina auténticamente integral. Ése es el propósito de la Medicina Biológica y de ahí que se haya convertido hoy en un medio imprescindible de recuperación de la salud con métodos naturales.

En suma, la Medicina Biológica -tal como se entiende hoy por miles de médicos en Alemania, Inglaterra, Francia, Suiza, Italia, Rusia, España y otros países de área occidental- es un modo de entender la práctica médica que supone aceptar:

A) Que cada enfermo y la situación que pueda estar atravesando la vive a su manera y hay que investigar pues esa "manera de ser del enfermo". En cada caso y situación. Con independencia de la dolencia específica que manifieste.

B) Que toda pérdida de salud está influida siempre por factores externos e internos que no tienen que estar necesariamente relacionados de manera directa y causal con el proceso que en un momento concreto aqueja al enfermo sino con su capacidad general de adaptación y defensa, con su grado de intoxicación o empantanamiento mesenquémico, con la existencia -o no- de focos interferentes, zonas reactógenas y posibles bloqueos parciales biometabólicos dentro y fuera de las células. Y,

C) Que limitarse a suprimir síntomas con remedios "anti" ignorando las circunstancias externas e internas del enfermo puede conducir a un agravamiento de su cuadro o, lo que es más temible, a una vicariación progresiva o profundización de la desarmonía hasta niveles mucho más complejos e irreversibles que el del sistema vegetativo -puramente nervioso y endocrino- en el que únicamente parece en la mayoría de casos pensar la medicina oficial.

Es más, añadiré que todo médico que practique la Medicina Biológica debería asumir tácitamente:

1) Que lo primero que se debe hacer ante cualquier enfermo es desintoxicar su medio interno a fin de intentar regularizar los procesos neuroendocrinos, revitalizar sus células y optimizar los procesos biometabólicos así como elevar las defensas del sistema inmune.

2) Que el organismo es un complejo sistema de bioinformación cuyas partes se comunican entre sí continuamente y las situaciones dinámicas por las que atraviesa han de ser su herramienta de trabajo clínico.

3) Que en todos los casos se ha de valorar de manera exigente el grado de componente funcional o, al contrario, orgánico del que cada enfermo sea portador. Y,

4) Que para cumplir mínimamente esos objetivos es necesario poseer un conocimiento profundo de multitud de técnicas y enfoques y, por tanto, conocer y entender terapias y conceptos como los de Estructura/Función; Temperamento, Constitución y Diátesis homeopáticas; Vicariación Progresiva y Regresiva; Mesénquima, Empantanamiento y Reactivación Mesenquémica; Homotoxicología; Bioelectrónica y Factores Frónicos; Foco Interferente y Zona Reactógena; Segundo Golpe de Speransky; Terapia Neural; Ocho Reglas de la Acupuntura Tradicional China y síndromes energéticos; Focos Cerebrales de Irritación Parabiótica; Dermialgias Reflejas; Fontanella Biológica, Gemoterapia, Cromoterapia, Terapia Ortomolecular, Sales de Schussler, Oligoelementos Biocatalizadores, Organoterapia, Laserterapia de Baja Intensidad, Biorresonancias, Inductores Iónicos, Sueros Hiperpolarizantes y Magnetoterapia, Ionización Negativa, Terapia Hematógena de Oxidación, Moduladores Inmunitarios por Autosanguis; Autovacunas para controlar alergias y enfermedades autoinmunes, Osteopatía; Odontología Neurofocal; Hidroterapia de colon; Ventosas, Baunscheidt, Masaje Linfático, Chacras y Medicina Ayurvédica.

Supongo que el lector no versado se preguntará cómo se explica que tales enfoques, terapias y recursos sean hoy ignorados por las Facultades de Medicina occidentales. Y la razón está, a mi juicio, en que el hombre actual centra su atención y dedica principalmente su tiempo a cosas muy diferentes a la de tomar conciencia de su cuerpo y su salud por lo que la sociedad ha desarrollado un sistema sanitario funcional. Y en segundo lugar, porque igual que es más difícil confeccionar un buen traje a medida que meter unos patrones en el ordenador de una máquina la Medicina Biológica es integral y supone un trabajo individualizado, artesanal, que exige tanto al médico como al paciente un alto grado de compromiso y responsabilidad individuales. Y finalmente, en tercer lugar, porque los avances de la Medicina Biológica han complejizado de tal manera el viejo consejo hipocrático de atender "la dieta, el ejercicio, los aires y los lugares" que practicarla le supone al médico un esfuerzo similar al que habría de hacer para dominar el contenido de varias especialidades médicas. Y muy pocos profesionales están por esa labor.

Francisco Albertos

"Viaje"
Unos meses antes de fallecer el doctor Francisco Albertos describió de forma breve pero intensa sus sentimientos más íntimos ante el proceso que estaba viviendo. Y basta leer las líneas que siguen -y que nos ha hecho llegar la familia- para entender que supo captar perfectamente que lo más importante de la vida es el Amor.

"A veces me veo viviendo. Es como un viaje a mi intimidad. Atravieso todos los compartimentos interiores en medio de los ruidos de la máquina del cuerpo y el estruendo del oleaje del alma agitada por los sentimientos. Al final llego a esa zona de lo personal donde están las simpatías, los rencores, la culpa, el miedo, el recuerdo de las personas queridas y algunas ideas sobre la libertad, la ética y el destino. Por un instante soy espectador de mí mismo y percibo los callejones sin salida en que estoy atrapado, lo mal que se vive desde el miedo, el rencor o el pesimismo y, al contrario, lo saludable que es vivir en el optimismo, la solidaridad y el amor. Mi corazón de padre, de amigo o de médico se activa y calienta ante cada sonrisa, cada gesto de simpatía o reconocimiento de los demás. Descubro que aspiro con todas mis fuerzas a la máxima lucidez, simpatía y relación armónica que pueda alcanzar para estar en el mundo, explorar, descubrir y compartir cosas. Para amar y ser amado".

Francisco Albertos
(Otoño 2006)

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II LA MEDICINA INTEGRAL II

Pocas semanas antes de fallecer el Dr. Francisco Albertos Costán -pionero de la Medicina Integral en España y miembro del Consejo Asesor de nuestra revista- nos hacía llegar para su publicación tres artículos que venían a resumir lo aprendido en sus más de cuatro décadas de estudio y ejercicio médico. Y tal como anunciamos los publicamos consecutivamente porque de alguna forma constituyen su legado médico. El pasado mes el doctor Albertos nos aproximó en su texto a la Medicina Biológica resaltando las diferencias con la autodenominada Medicina Científica. El segundo lo titularía La Medicina Integral.

La principal tarea de un médico no debería ser la de suprimir las reacciones químicas que dan lugar a los síntomas molestos sino intentar averiguar qué los causa. En los asuntos humanos la distancia más corta entre dos puntos no es la línea recta (ni para ir de un lugar a otro en la ciudad, ni en un proceso negociador, ni en las relaciones interpersonales). ¿Quiénes son pues los responsables de que a los médicos se les exija el comportamiento lineal y simplista de aplicar un medicamento para cada síntoma sabiendo además que con ello se pueden interrumpir los procesos en los que suele estar el organismo ante cualquier disfunción? Es cierto que medicina sólo hay una -la que sana, alivia o consuela- pero cada vez más personas piensan que lo importante no es paliar síntomas sino atender a las causas profundas y, en la tarea diagnóstica y terapéutica, elegir muy bien cómo hacerlo para no dificultar el desenvolvimiento biológico espontáneo del organismo.
Es preciso tener presente no sólo la parte visible o determinable en laboratorio de los síntomas -al fin y al cabo la punta sólo del iceberg- sino los desequilibrios y pérdidas de sincronía que hay tras cada síntoma o conjunto de síntomas y que no siempre son perceptibles. Y para poder afrontar ese propósito de ayudar al alivio o desaparición de procesos no controlables según la mecánica convencional del razonamiento anatomoclínico y analítico la Medicina Biológica tiene en cuenta el organismo como totalidad, con todas sus funciones, tanto las visibles y mecánicamente interpretables en cada hecho patológico como aquellas "invisibles" derivadas de emociones, trastornos comunicativos entre las partes y demás problemas derivados de nuestros sistemas de información. Sólo una visión integradora del ser humano y de sus posibles trastornos puede ayudar decisivamente en la tarea médica. Sanear (desintoxicar, regular, revitalizar) las funciones corporales es el objetivo principal de toda Medicina Biológica porque la optimización de nuestro metabolismo y sus sistemas de intercomunicación convertirán al enfermo -incluso si está afectado por una dolencia grave, incurable o necesitado de tratamiento quirúrgico- en el mejor medio posible para superar su enfermedad.
Bueno, pues ni aún así el alcance de una medicina de tal forma definida alcanza el rango exigible de lo que se entiende por Medicina Integral. Entre otras cosas porque no explica el método y los conceptos científicos que maneja. Tal enfoque integrador reclama la consideración de una Bioergología que trascienda la mera dictadura de los hechos desde el punto de vista positivista y admita la necesidad de una visión compleja. Y lo complejo es, por definición, parcialmente misterioso e irreductible a un pequeño núcleo de evidencias o datos de análisis. Y hay que decir que los esfuerzos de Jan Christian Smuth (Holismo y Evolución, 1926), N. Wienner (Signification & Intention, 1948), Von Bertalanffy (Teoría General de Sistemas, 1950) y muchos otros de la época no bastan para convertir en absolutamente manejables los misterios de la naturaleza. Los filósofos críticos del positivismo -con Bergson a la cabeza-, los estructuralistas y los representantes de la Gestalpsichologie así como Joel de Rosnay y sus colaboradores (concepto de lo macroscópico frente a lo telescópico y microscópico) aceptan, por el contrario, la imposibilidad de reducir lógica o matemáticamente los arcanos de la naturaleza. La complejidad es inherente a la vida. Además el organismo refleja el mundo en movimiento y éste es, fundamentalmente, información, interdependencia. Vida y memoria van juntas hasta el extremo de que es imposible la una sin la otra. La función crea el órgano y el órgano crea la función. Y lo funcional y lo orgánico conducen a diversos enfoques a partir de las diversas clases de estructura/función como se evidencia en la pirámide de niveles fisiológicos y patológicos, perfectamente diferenciables en la mecánica del cuerpo. Los conceptos de sano y enfermo son meramente adjetivos. Su valor y significado están conectados a criterios históricos, culturales, económicos, sociológicos... Cada consideración, desde un nivel exclusivo de complejidad, desemboca en la práctica en una visión restrictiva del hecho médico. Porque es el hombre, en toda la complejidad de su dinamismo, el que enferma y no cualquiera de sus partes o sistemas aisladamente. Por otra parte, ninguna función deja de ser un equilibrio amenazado, una estructura disipativa que se desenvuelve dentro de márgenes o zonas de oscilación que permiten cambiar continuamente sin desnaturalizar el sistema o llevarle al caos. Esta propiedad del cambio puede explicarse mediante la teoría de grupos y tipos lógicos. El organismo es un inmenso sistema totalizador que otorga así una manera peculiar a su acción: totaliza en la medida que actúa y, recíprocamente, actúa en la medida en que integra. Como el ciclista sobre su bici, no puede dejar de pedalear sin caerse pero, al mismo tiempo, ese pedaleo, para ser eficaz, reclama un estilo peculiar. La energía se decanta en estructura la cual otorga estabilidad al ser y condiciona, a su vez, las peculiaridades de su dinamismo (en el ser, como afirma Laotsé, todo está en todo). Y, claro está, para que se produzcan estos procesos de integración hay siempre una interdependencia de las partes. El organismo es un inmenso sistema de información en el que sus incesantes cambios son precisamente los que sostienen su identidad diferenciadora.
Desde estos supuestos la intoxicación va unida a la patología como el huevo a la gallina. Toda intoxicación implica desinformación, es decir, obstaculización de los procesos integradores y armonizadores. Y toda desarmonía, todo secuestro informativo o bloqueo es intoxicación. Esto nos permite formular nuestro concepto de Reacción Orgánica Integradora (R.O.I.): el ser, por el solo hecho de vivir, integra información. Su estructura es información integrada; su función principal es informativa y estructurante de la información que le llega; y, por tanto, codifica constantemente información. Cuando llega un estímulo externo o surge uno en el interior del campo biológico como resultado de sus cambios incesantes el organismo responde como un todo integrado (ésa es la Reacción Biológica Integradora) y no mediante ligeras modificaciones en alguna de sus partes. La acción biológica -vida manifestada- es, ante todo, información.
Por su complejidad, el organismo sólo puede alcanzar su individualidad totalizadora y diferenciadora mediante la armonización instantánea (en tiempo real) de todas o cada una de sus funciones y estructuras. Las disciplinas que marcan el camino a una Bioergología son todas aquellas que, de hecho, facilitan una interconexión de parcelas del saber: factores biológicos, patológicos, socioculturales; superación de lo microscópico y telescópico por la visión macroscópica; holística, cibernética, que conduce a la superación del positivismo reduccionista en la dirección de un nuevo humanismo.
La Biocibernética es, en este enfoque, absolutamente necesaria. Nos permite considerar la integración cibernética desde los mecanismos de interconexión, regulación y control. La individualidad y la especificidad están ligadas entre sí de manera indisoluble a causa de que la vida es, por lo pronto, un proceso diferenciador. Por eso tales cualidades son siempre aleatorias y efímeras, consecuencia del dinamismo cambiante individuo/medio, el cual no se deja fijar en un sistema estable de coordenadas físicas, químicas, matemáticas o biológicas. En este orden de realidades la adaptación es consecuencia de la integración cibernética del ecosistema. Es preciso interpretar continuamente el proceso de adaptación témporo/espacial, desde los conceptos de estructura, sistema y campo integrado.
Se impone, desde esta perspectiva metodológica, que propongamos de los diversos niveles de estructura/función (protoplasmático, celular, animal, humano y psicosocial) una consideración del terreno: genotipo del nivel protoplasmático. La constitución es una relación prefijada, cualitativa y cuantitativa de huesos/músculos/piel mediante mecanismos intracelulares o protoplasmáticos conducidos por el ADN. El genotipo de nivel celular condiciona el comportamiento bioelectrónico o diátesis funcional en conexión con los cambios y señales electromagnéticas que inciden y saturan el intersticio (mesénquima o medio ambiente celular), muy diferentes, lógicamente, a los estímulos que saturan los respectivos hábitat de los niveles protoplasmático, animal (neuroendocrino o neurovegetativo), humano y psicosociocultural. El genotipo de nivel animal configura el temperamento, que es un código prefijado de pautas conductuales pertenecientes a la fisiología de los órganos en su conexión integrada en el paleoencéfalo y ganglios basales del cerebro. El genotipo de nivel humano está constituido por aquellos factores que modulan el carácter y la personalidad en conexión con las influencias externas al ser durante su desarrollo por lo que puede decirse que es resultado del ecosistema humano. Para el nivel psicosocial no hay genotipo propiamente dicho sino todos aquellos usos de la cultura y factores condicionantes de la civilización que en una época dada nos ha tocado vivir.
Lógicamente esta visión desemboca en una patología de niveles. Aquí la visión analítica muestra toda su insuficiencia. Al mirar el árbol perdemos de vista el bosque pero, al mismo tiempo, "el bosque" se nos escapa siempre un poquito: no acabamos de verlo nunca en su totalidad sino mediante el sentimiento de que existe, de que "tiene" que existir. Cada nivel de estructura/función es un bosque parcial que, al mismo tiempo, forma parte de ese otro bosque que configura el organismo como totalidad "independiente" que, a su vez, se articula indisolublemente en su ecosistema. Y así sucesivamente. El hábitat, como realidad última o frontera del ser, reclama para su manejo correcto la consideración de los diferentes niveles de estructura dado que es esa estructura precisamente la que determina los códigos de intercomunicación o interdependencia de las partes y lo que para cada una de ellas es propiamente hábitat. En los sistemas vivos esto es así porque, para ellos, persistir exige integrar: es el dinamismo el que sostiene la estructura. Y como hemos sugerido constantemente que la realidad es interdependiente la visión de conjunto es obligada para actuar en la práctica de una auténtica medicina. No hay enfermedades, ni sentimientos, ni disfunciones "locales" sino, en todo caso, aspectos locales de una alteración global. La clave de una visión integradora es que toda acción o cambio actúa sobre el todo por lo que perder de vista las consecuencias que para el conjunto puede tener cualquier medida terapéutica es incorrecto, torpe y potencialmente peligroso; incluso inmoral si se tienen bien claros y asimilados los presentes conceptos. Sólo la consideración conjunta de la dinamicidad es armonizadora, ética y saludable.
En el nivel protoplasmático, magma orgánico primigenio que ocupa todo el interior de la célula, la patología, lógicamente, dependerá de las desarmonías en los componentes internos:
1º) Bioquímicos y electrónicos.
2º) Moleculares (proteínas, ácidos nucleicos, lípidos e hidratos de carbono).
3º) Genéticos.
4º) Inmunitarios (aspectos bioquímicos de los procesos inmunodefensivos).
Los factores externos de la desarmonía constituyen el extenso capítulo de la Ecotoxicopatología. Las intoxicaciones serán bioquímicas (Homotoxicología), enzimológicas y de grandes y sostenidas alteraciones en el equilibrio hidrosalino y otros factores de intercambio a través de la membrana celular. La terapéutica en este nivel se centrará en factores alimentarios, ecológicos, inductores iónicos, sueros hiperpolarizantes, inmunomodulación, aerobiosis, fisioterapia, homeopatía, isopatía, nosodoterapia y, desde luego, alopatía convencional.
En el nivel celular, todo lo que atañe a la célula. No sólo en lo que atañe a la membrana citoplasmática sino a su medio externo natural o intersticio a través del cual ejerce su influencia el nivel inmediatamente superior en el que está inserta que es el nivel animal o neuroendocrino. Aquí tendremos en cuenta la Homotoxicología (Reckeweg y sus fases celulares de evolución tisular: excreción, reacción, formación de depósitos, impregnación, degeneración y neoplasia). El mesénquima (Pischinger, "basurero orgánico" y al mismo tiempo espacio vivo intercelular, responsable del sostenimiento adecuado o fisiológico del flujo microcirculatorio, sanguíneo y linfático, en este nivel). Tejidos ecto, endo y mesodérmicos. Factores frónicos (bioelectrónicos: momentos magnéticos organizadores del plasma vivo). La intoxicación (desinformación o información equivocada) de estas estructuras consistirá en la aparición de focos (dentarios, amigdalares, sinusíticos, digestivos, etc.) y/o campos interferentes (cicatrices patológicas, internas o externas; adherencias peritoneales, etc.); bloqueos mesenquémicos por efectos bioquímicos o por simple acúmulo de productos de deshecho en ese espacio; ceba proteica y grasa (intersticial, en los endotelios vasculares, en gelosas y zonas de celulitis); bioelectrónicos (desvíos excesivamente alejados de la zona saludable en el pH, rH2 y resistividad). La terapéutica puede abordarse mediante acupuntura (particularmente, EAV), homotoxicología, neuralterapia, laserterapia, fitoterapia, oligoelementos biocatalizadores, quimioterapia convencional, cirugía, odontología neurofocal, ultrasonidos, magnetoterapia o electroterapia (en especial ondas interferenciales y técnicas similares).
En el nivel animal o neurovegetativo todo lo que atañe a los órganos y sus correlaciones neuroendocrinas de carácter vegetativo. Fisiopatología de los sistemas nervioso, endocrino, circulatorio, digestivo, genitourinario, respiratorio, locomotor, sangre, piel y faneras. Aquí tenemos estructuradas genéticamente las bases de la constitución y el temperamento. Es el nivel en que piensa de manera espontánea y predominante el médico convencional de Facultad. La intoxicación (desinformación) puede tener aquí carácter nervioso, endocrino. Neurodistonías, neurodistrofias, estrés... La terapéutica, aquí, reclama de manera preferente la acupuntura y todas las demás reflexoterapias (auriculoterapia, nasoterapia, etc.), neuralterapia, odontología neurofocal, cirugía, cromoterapia, ejercicio, masajes, sauna, manipulaciones (osteopatía), homeopatía, quimioterapia convencional, focusing, condicionamiento reflejo, biofeedback.
En el nivel humano (neoencéfalo, leyes de integración del córtex cerebral) se da todo aquello que atañe al yo como sistema autoconformante, caracterizado por la conciencia de sí y del mundo. Carácter, personalidad, conducta, situación determinante en el aquí y ahora. La intoxicación aquí es psicológica, tanto por causas intrapsíquicas como por estímulos patógenos en la interacción social del sujeto con sobrecargas (personal y psicosocial) del sistema nervioso central: neurosis. También disfunciones más o menos graves en la célula nerviosa, de origen tóxico (drogas, etc.) o genético (herencia). La terapia se basará entonces, primero, en una minuciosa y exigente repertorización homeopática así como en las inevitables acciones sobre los niveles más bajos (animal, celular, protoplasmático) y, en paralelo, una psicoterapia adaptada a las condiciones socioculturales del enfermo. Psiconeuroendocrinología. Laborterapia, técnicas creativas, música, entrenamiento social y cultural, factores de descarga del estrés, la desadaptación y la pérdida de objetivos frente al futuro.
El nivel psicosocial o transpersonal constituye el vértice de la pirámide de niveles que acabamos de proponer. En "el vértice de este vértice" está el espacio (virtual, desde luego) de lo transinteligible: conceptos como el de Belleza, Justicia, Verdad, Armonía, Dios... Las superestructuras culturales en que cada hombre está como inevitable resultado de su vivir modulan su sensibilidad ("filtros" por los que tamiza la información que le llega) y configuran el espacio interno de significaciones que es su conciencia. Vive "como si" todo aquello que él ve con claridad fuese "verdad" y su vida toda está impregnada del sentimiento de carencia que supone tener que saber en todo momento a qué atenerse por lo que para aliviar esta tremenda presión suele instalarse en un mundo de creencias que se sostienen por sí mismas. La patología, aquí, supone una suficiente alteración de los mecanismos anímicos de interconexión, regulación y control que desestructuran la imprescindible seguridad en sí mismo y le llevan a mecanismos como el sobresalto (alarma, estrés emocional) o sobrecogimiento (angustia que solemos llamar "existencial" o vital). Una desarmonía sostenida el tiempo suficiente en este nivel acaba sobrecargando el sistema nervioso central y, de aquí, los ganglios basales del encéfalo y todo el sistema vegetativo, con lo que aparecerán incluso patologías orgánicas basadas en este origen. Y como solamente se vive viviendo la única terapia eficaz posible es el cultivo del espíritu y el entrenamiento vital desde la humildad de nuestra ignorancia individual. De todas formas de ello suelen encargarse -en ocasiones, con enorme éxito- los misioneros de almas, apóstoles, gurús y profetas de ciertas religiones con tal de que nos abandonemos a su mensaje y aliviemos así nuestra sobrecarga existencial.
En conclusión, para la Medicina Integral que proponemos desde principios de los años setenta del pasado siglo XX vivir es moverse, cambiar, adaptarse, crecer, sostener una inercia. La mera persistencia es imposible, irreal: parar es morir. Toda acción es interacción; no hay espacios ni campos vacíos. El organismo está estructurado en niveles automantenidos que recuerdan la evolución de la vida en el planeta. Cada nivel sostiene en homeostasis a su inmediato inferior. Cada enfermo es una persona irrepetible, única y presenta un perfil de niveles afectados (unos más y otros menos) debido a que hay un desequilibrio predominante en cada situación. Diagnosticar supone cuantificar y cualificar desequilibrios. Regular los sistemas es restaurar su interdependencia saludable y supone integrarlos entre sí y con los niveles inmediatos. Restaurar esa interdependencia es desintoxicar, restablecer comunicaciones, desbloquear, limpiar, desinterferir. Curar es restaurar la unidad de respuesta interna (la ROI antes aludida): restablecer flujos y funciones, iluminar caminos, romper bloqueos, crear honestas esperanzas, ahuyentar terrores, denunciar la falsedad e inutilidad de las guerras en las que caemos todos los humanos, iluminar la conciencia de sí. Para estos fines además de los recursos ya descritos de Medicina Biológica y convencional deberemos ayudarnos, según el caso, de la Prospectiva de Sistemas, la Caracterología, la Fisiognomía, la Psicopedagogía, la Biocicloergología, la Organometría Funcional de Voll, la Neurorreflexología, la Cibernética, el Pensamiento Analógico y las ideas de Armonía, Ritmo e Infinitesimalidad.

Francisco Albertos

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Pocas semanas antes de fallecer el Dr. Francisco Albertos Costán -pionero de la Medicina Integral en España y miembro del Consejo Asesor de nuestra revista- nos hacía llegar para su publicación tres artículos que venían a resumir lo aprendido en sus más de cuatro décadas de estudio y ejercicio médico. Y tal como anunciamos los publicamos consecutivamente porque de alguna forma constituyen su legado médico. En las dos primeras entregas el Dr. Albertos nos aproximó a la Medicina Biológica y a La Medicina Integral. En esta tercer y última entrega nos habla de la Medicina Abierta.

La Medicina, como actividad pública, como hecho social y hasta como manifestación económica está en nuestros días dividida e intoxicada al igual que muchas otras instituciones de la civilización. La presión de intereses económicos, del mandarinato de las aulas, del inmenso poder político que representa el área de la salud y, por otra parte, la inercia autoconformante de una actividad que moviliza a centenares de miles de profesionales y decenas de millones de usuarios hace difícil que el médico individual pueda sostener un talante creativo, artesanal y libre de trabas para su tarea como requiere la complejidad y sutileza de la misma. Al parecer, estos macrofenómenos tienen que satisfacer las previsiones del mercado, los controles reguladores del Gobierno, la ineludible necesidad asistencial de la Seguridad Social, las presiones crecientes -en ocasiones, aplastantes- de las multinacionales de la industria químico-farmacéutica y los problemas sociopolíticos y socioeconómicos derivados del costo inevitable de los modernos recursos diagnósticos y terapéuticos que un centro asistencial tiene que movilizar.
Y en tales condiciones el médico es una especie de capataz o funcionario de la industria de la salud que carece de libertad propia y auténtica creatividad. Eso sí, el enfermo habitual que asiste a su consulta no piensa ni siente lo mismo respecto a él que la Administración. Para cada enfermo ante el que se enfrenta cada día todo médico es -y será siempre- una inevitable mezcla de científico-sanador-chamán-hacedor de milagros. Y para sostener el prestigio, la eficacia y la imagen que ese papel social y cultural reclama el médico precisa de un espacio social y cultural para desenvolverse más allá de los límites que hoy le impone su condición de funcionario. No era posible imaginar siquiera hace cincuenta años que un acto médico pudiera convertirse en algo tan mecánico, simplista e impersonal como, por ejemplo, el hecho trivial de repostar gasolina para el coche. Confesada o inconfesadamente, el enfermo espera siempre "algo más" que la mera técnica (análisis, radiografías, medicamentos de síntesis, etc.); precisa que "su" médico (precisamente él y no los cuatro o cinco especialistas que le han visto en diferentes momentos) sea una especie de demiurgo que además le dé la impresión de que se preocupa por él, por la enfermedad que padece, por las causas que le han llevado hasta ahí, por recomendarle una manera de comer y vivir para evitar su progresión, recaídas, etc. Y el médico lo sabe, como lo sabe la Administración, como lo sabe la sociedad, como lo sabe todo el mundo. Y si ese médico se ve obligado a decir al enfermo que su tiempo y posibilidades se han acabado, que no hay solución para sus dolencias, éste seguramente lo asumirá educadamente pero, al dejar la consulta y alcanzar la calle, repasará en su memoria amigos o conocidos que le ayuden a encontrar "alguien que pueda hacer algo", alguien dispuesto a investigar y plantearse el problema de otra manera. Y -si fuera necesario- alguien cuya mentalidad y talante le permita salirse de los esquemas oficiales o convencionales que parecen incapaces de ayudar.
Estamos divididos y acorralados por el mecanicismo, el reduccionismo, la presión masificadora y reduccionista de la sociedad de masas. Se habla del derecho a la intimidad, al honor, a la salud, a la vivienda digna, a la justicia... La nuestra es una época tan inestable, tan cambiante, tan amenazada en todos los sentidos que el ciudadano anónimo se siente acorralado y se pasa la vida en continuas operaciones defensivas para conservar lo que cree que posee. Desde la visita a un restaurante hasta un viaje en avión o un ingreso en un sanatorio por cuestiones de salud, todo se puede convertir en un fraude o en un motivo de disgusto o contrariedad. La mayoría de automatismos y usos sociales que permitían a nuestros abuelos convivir aceptablemente y disfrutar de un mínimo de garantías y seguridades han desaparecido hoy o están en plena decadencia. El triunfo a escala planetaria de la información rápida y los medios de comunicación no sólo no mejora sino que parece empeorar la situación de crisis e inestabilidad de vigencias y valores culturales. La tentación de crear automatismos a partir de la expansión de los ordenadores y el pensamiento cibernético ha llegado ya a la empresa y la Administración del Estado con lo que se impone como consecuencia una ineludible necesidad: la de reducir y simplificar la cosa -o la persona- a gobernar, el producto a fabricar o la enfermedad a tratar. Por un lado, se intentan regular todas las actividades sociales del ciudadano (con el natural peligro de la rigidez, la intransigencia, la deshumanización y falta de responsabilidad moral que comporta una conducta sin libertad de elección y, por decirlo así, "codificada"). Por otro, la ruptura creciente del necesario diálogo del hombre con su circunstancia, cada día más debilitado e insignificante, cada día, en suma, más caótico y desestabilizador. Finalmente, el inevitable efecto de todo reduccionismo que, al simplificar e intentar explicar y manejar fenómenos complejos desde las leyes de sistemas más simples, pierde el control de la auténtica y profunda realidad de los hechos, limita drásticamente la capacidad de decisión y, en consecuencia, el campo de la conducta -y naturalmente, el de la conciencia- queda artificialmente empequeñecido y simplificado, seguramente para que ese "hombrecillo" inventado o diseñado por el ordenador pueda ser controlado y gobernado por la máquina del Estado. Y como cualquier máquina, la Administración no dialoga ni negocia: son los hombres quienes han de ser simplificados y adaptados a las características (hardware) y las leyes de comportamiento (software) del ordenador. Los rasgos de singularidad y espiritualidad del ser humano son considerados superfluos, meramente anecdóticos por la maquinaria del sistema.
En estas condiciones, la Medicina -en tanto que tarea de hombres- está gravemente amenazada en su creatividad y posibilidades de desarrollo como lo estaría la música o la pintura si se pretendiera controlarlas en su praxis más allá del efecto regulador que inevitablemente ejerce el mercado. Actualmente, como decimos, uno de cada tres enfermos -pertenecientes o no a la Seguridad Social con su asistencia gratuita- elige espontáneamente pagar a su médico naturista, homeópata o acupuntor cuando se siente enfermo de cierta consideración. Pero la Administración no contempla esa necesidad; no puede, al parecer, contemplarla.
Así que si queremos evitar esa derrota humanística, si queremos evitar un peligrosísimo retroceso histórico de nuestra evolución cultural debemos considerar y tratar la Medicina -entre otras actividades de trascendente significado social y cultural- de manera especialmente abierta y libre. La Administración debería regular todo lo que sea regulable, todo lo que en buena ley pueda mejorar desde el punto de vista social la ética y la eficacia de la tarea médica pero tendrá que poner especial cuidado de no invadir las zonas de creatividad del médico ni poner obstáculos a su libre desenvolvimiento, esencia misma de su insigne profesión. Por su parte, el inspector nunca podrá juzgar sobre la inspiración de un médico en plena tarea ni sobre la transmisión empática que puede producirse entre éste y su enfermo. Si, por ejemplo, la viejísima Acupuntura resuelve o alivia cefaleas, reumatismos o dolencias crónicas que hasta entonces habían sido tratadas infructuosamente por la Medicina hoy considerada oficial no cabe rechazarla, menospreciarla o ignorarla únicamente desde el supuesto -pretendidamente científico- de que la fisiología de Facultad no es capaz de explicar por ahora sus mecanismos de actuación. Y si unos granulitos de Homeopatía convenientemente elegidos pueden cambiar el carácter de un niño difícil o resolver cuadros complejos de disfunciones neurovegetativas el médico oficialista no puede dar la espalda y pavonearse despectivamente cuando se lo cuentan parapetado tras la muralla de hechos aceptados por la Medicina convencional. Si ésta no puede interpretar los hechos que se producen cada día en su presencia, tendrá que incorporar nuevas leyes, retocar hasta donde sea necesario sus axiomas y principios, estudiar e investigar minuciosa y pacientemente los fenómenos que no es capaz de interpretar... Todo menos suprimir autoritariamente en un gesto reaccionario inadmisible la posible validez o consistencia real de esos hechos. Y si el poder creciente de los grupos de presión -interesados siempre en suprimir competidores, naturalmente- maniobra para impedir el avance de ese pensamiento la Administración tendrá que plantearse una nueva política frente a la acción depredadora y prevaricadora de tales grupos y poderes espurios. En una sociedad sana los gobernantes no pueden pactar continuamente con el diablo del dinero, el poder social y los oportunismos de todo tipo y clase hasta llevarnos al caos moral e institucional.
Se trata de integrar, sumar, enriquecer el pensamiento y la ciencia. Junto a técnicas como el microscopio, los rayos X, la espectrofotometría o los avances de la genética, ¿por qué no abrirse también a los logros de siempre atesorados por las medicinas milenarias que manejan el organismo desde la más pura y exigente concepción cibernética? La Medicina, como todas las actividades humanas de gran complejidad, debe estar abierta a todos los hechos y a todas las interpretaciones válidamente eficaces de esos hechos. Pero muchas veces esa apertura liberal no es problema únicamente de voluntad. La práctica médica es un hecho social y tiene costos políticos y sociales para lograr su validación. El fuerte costo de la atención sanitaria en nuestra sociedad de masas del consumo convierte esta actividad en un capítulo económico de mayor envergadura que el de las Obras Públicas o la industria de guerra. El entramado de influencias económico/políticas para controlar esta actividad mediatiza peligrosamente la espontánea creatividad de su desenvolvimiento. La judicialización, economización y politización del hecho sanitario nos lleva al caos intelectual, a no saber bien qué es lo más importante, si la Medicina como actividad concreta o sus consecuencias sociales; es la noche en que todos los gatos son pardos. La imparable y en ocasiones exagerada regulación de la actividad de médicos y farmacéuticos les coarta severamente y poco a poco les priva del necesario aspecto ético de sus planteamientos. El galeno ha perdido prácticamente el derecho a tener enfermos que le busquen a él precisamente como persona con lo que no sabe bien si prestar más atención a las consecuencias administrativas, sociales y jurídicas de sus actos profesionales que a los hechos médicos en sí mismos. Muchos farmacéuticos renunciaron hace ya muchos años a su condición y se han convertido en buena medida en meros dispensadores de fármacos específicos.
Cualquier persona que contemplara imparcialmente esta situación rechazaría el actual estado de cosas, restauraría la figura del viejo médico de familia, la relación personalizada del médico y el enfermo. Y se repondría la figura del farmacéutico capaz de elaborar fórmulas magistrales y transmitir la necesaria confianza al enfermo desde un trabajo concienzudo y entusiasta. Pero la actual situación no es trivial, casual, ni consecuencia del sueño caprichoso de una noche de verano sino el resultado histórico del desarrollo crítico de la sociedad de masas del consumo. Este desarrollo crítico es uniformizador, inevitablemente economicista y reduccionista en sí mismo desde el punto de vista cultural por lo que "necesita" que tantos millones de hombres en la calle seamos lo bastante pequeños y conductualmente análogos para poder convivir con medios estadísticamente escasos en proporción al volumen de población. Los atascos en el tráfico, las listas de espera en los hospitales, la escasez de las promociones de empleo, las colas de todo tipo y clase, etc., fomentan el individualismo salvaje, el reaccionarismo xenófobos, el etnocentrismo y los nacionalismos excluyentes. Las muertes por causas como el tráfico, las causas laborales, el mal trato, los "ajustes de cuentas", la rivalidad en grupos de inmigrantes que viven en la pobreza o al borde de la marginación solemos contemplarlos con naturalidad deshumanizante, como "pérdidas inevitables del sistema". Al parecer deberíamos asumirlos como "supervivencia del más apto" o selección natural que destruye o margina a los más débiles.
Pero de la misma forma que nos parecería disparatado recomendarle al pintor o al compositor que ajustasen su creatividad a las necesidades reduccionistas de la sociedad de masas la Medicina reclama absoluto respeto por la cosa misma que tiene que manejar y cuidar hasta lo sublime. No puede haber atajos ni soluciones provisionales o mínimamente comprometidas con aspectos económicos, políticos, sociales o, simplemente, relacionables con la opinión médica oficialmente establecida. Queramos o no, existen el interior y el exterior del cuerpo, y los cambios incesantes de esa relación. No basta, para hacer Medicina de manera solvente, saber al detalle la histología y fisiología de, por ejemplo, el hígado, si en nuestra praxis con un enfermo concreto ignoramos las tremendas preocupaciones que le embargan a todas horas. O si tratamos los estados inflamatorios u otras patologías sistemáticamente mediante la coerción de la quimiofarmacia y no desde la persuasión de acciones reflejas inspiradas en el más fino lenguaje del cuerpo y en la consideración de su totalidad como sistema de información.
Una Medicina Abierta parte del hombre como totalidad porque ése -y únicamente ése- es su objetivo posible. Y, ciertamente, utiliza entre otras cosas laboratorios, radiologías, ecografías y demás medios diagnósticos y terapéuticos propios de la medicina anatomoclínica de hospital universitario porque el método analítico y experimental, hasta donde puede llegar (y sólo hasta donde puede llegar) cubre magistralmente las necesidades que su lista de enfermedades reconocida y catalogada plantea. Pero la Medicina es más que eso. Un hombre es siempre más, mucho más que un manojo de tubos y cables conectados para sostener los fenómenos metabólicos reconocidos en la fisiología de Facultad. Como decíamos antes, hay fenómenos clínicos -capaces de generar dolor, incapacitación e incluso la muerte- que no ha sido posible hasta la fecha clasificar científicamente según el método analítico/organicista de la Medicina ordinaria. Solemos llamar a esos cuadros clínicos no clasificables de manera materialista procesos funcionales (por oposición a los "orgánicos") que el médico convencional trata con ansiolíticos, antidepresivos, espasmolíticos, antiálgicos, etc., a la espera, quizás, de que acaben desapareciendo o, al contrario, "tomando cuerpo" en cuadros orgánicos detectables por técnicas de laboratorio, radiología, etc. en cuyo caso, naturalmente, dejan ya de ser "procesos funcionales" para el médico clínico.
Pero es el caso que, si nos detenemos con la suficiente perspicacia en cualquier cuadro clínico -tumores, Sida y todo tipo de enfermedades degenerativas incluidas- veremos que todos ellos tienen un componente funcional y exhiben un grupo de fenómenos inexplicables, simplemente desde los rayos X o el laboratorio. Para un médico abierto y no comprometido con esquemas rígidos o víctima del maniqueísmo de las aulas esto significa que hay un complejísimo dinamismo interno en todo lo vivo y muy especialmente en el hombre, no explicado ni explicable todavía en términos de la ciencia oficial o la fisiología de Facultad. Muchas medicinas antiguas sí consiguen afrontar estos problemas aún no resueltos por el sistema de pensamiento médico oficial. Dotadas únicamente de pensamiento sintético, respetan sistemáticamente lo que sucede y no se obligan a sí mismas a ignorar ningún fenómeno. Para las necesidades humanas, psicológicas y espirituales como para los trastornos de carácter reflejo, los bloqueos del medio interno, las disfunciones neurovegetativas presentes en todo enfermo o las enfermedades neurofocales que plantea la Medicina Biológica no hay ni puede haber laboratorio, radiología, etc., por lo que no hay ni puede haber reglamentos ni leyes reguladoras para ellas inspiradas en los métodos y varas de medir del organicismo oficial. ¿Cómo regular, en justicia, lo que en buena medida se desconoce?
Es necesario, en suma, obtener el respeto de la sociedad y de los controladores del sistema frente a una actividad cuyo desarrollo científico está todavía en sus comienzos. No se trata de restar o negar nada ni a nadie sino de sumar, complementar, humanizar y hacer más fácil la convivencia respetuosa y creativa entre la medicina llamada "moderna" y la medicina de siempre.
A esa medicina la vamos a llamar MEDICINA ABIERTA. Es abarcadora de todo lo que hay, respetuosa con todos y cada uno de los fenómenos -catalogados o no por la Academia- que se presentan en el curso de una dolencia, dispuesta a considerar al mismo tiempo las posibles alteraciones orgánicas -detectables por radiología o laboratorio- como los trastornos funcionales -o sin sustancia-. Capaz de pensar con la misma seriedad en soluciones como el quirófano, unos granulitos homeopáticos o la "milagrosa" aplicación por espacio de varios minutos de un color en el iris, en una quemadura o en una lesión traumática. Seguramente en las próximas centurias sabrá la humanidad de la necesidad de este planteamiento abierto, no sólo en Medicina sino en todas y cada una de las actividades complejas que origina nuestra sociedad.

Francisco Albertos
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