domingo, 17 de febrero de 2008

666




El número de la bestia: 666

Baal. Mi nombre es Baal. Formo parte de las jerarquías superiores al servicio del ángel caído, del que hace tiempo quiso medir sus fuerzas con aquel que le había hecho bellísimo, tanto, que deseó para sí mayor gloria que la que su creador tenía. Desde ese momento, se dividió el mundo en dos. En un lado estamos nosotros. En el otro el innombrable y su séquito obediente y emplumado. Enmedio están ustedes, las almas.

Sí, las almas, nuestra más codiciada presa. Por ustedes me decidí a escribir esta carta, ya no desde el infierno, sino desde la mano de uno de nuestros innumerables escribanos, que con mucha obediencia y ambición se ofreció, como otros tantos, para cumplir la tarea que juntos estamos realizando. Éste amanuense tiene la virtud de disponer de un público amplio, suficientemente grande como para garantizarnos ser leídos por muchos, pues un número de varios dígitos es el que queremos alcanzar para cantar en sus mentes nuestra victoria. Sí, hemos ganado. Para eso es esta carta, para cantar victoria. Bienvenidos al festejo.

Gozar de la irrevocabilidad de nuestro triunfo es lo que nos ha permitido darnos el gusto de compartir con justos y pecadores los laureles que conseguimos con bastante trabajo a lo largo de los más recientes siglos, porque de otra manera, nuestros planes seguirían secretos, téngalo por seguro. Es una gran tentación celebrar antes de la meta, como bien saben, y la meta ya está a nuestra vista, no podíamos callar más y evitarnos el placer de esgrimirles en la cara a los buenos una presea tan magnífica y gloriosa. Así matamos dos pájaros de un tiro: nos regodeamos gozosos en nuestra corona, y al exhibirla impunemente debilitamos todavía más las vanas fuerzas de los menguados ejercitos de la vida y la verdad.

¿Pero de qué triunfo se trata? dirá un incauto. No del final, todavía no. La guerra la ganaremos, estén ciertos. Se trata de una batalla de gran calado que hemos venido peleando desde que el hombre descubrió las ondas de radio. Al principio pensamos, como la misma humanidad, que se había hallado un misterio benéfico que podría servirle al hombre y temimos que ayudara a unirles a pesar de las distancias terráqueas. Un mundo unido siempre es contrario a nuestros fines. Sin embargo, al irle descubriendo sus misterios a este novedoso develamiento, encontramos con bastante sorpresa que con éste, igual que con cualquier descubrimiento que la mano del hombre realiza, también podíamos trocar su fin más sublime hasta convertirlo en una más de nuestras incontables herramientas. Y fue vuestra gentil mano la que poco a poco construyó un producto acabado que terminaría por desbancar nuestras visiones más atrevidas sobre lo que se podía fabricar para llevar a cabo nuestras metas más ambiciosas.

Cuando Julio Verne escribió sobre un artilugio portatil capaz de comunicar a las personas unas con otras en un Paris ultramoderno, fueron nuestros sirvientes los que ocultaron su texto inspirados por nuestras sutiles voces para esconder la posibilidad del que creíamos un grave obstáculo a nuestros fines divisionistas . Y ahora, que es tan evidente que ese artificio es una herramienta más a nuestro servicio, nos damos cuenta de cuánto nos hubiera podido ayudar haber impreso ese libelo para inspirar las mentes científicas a apresurar el paso e inventarlo con mayor antelación. Pero llegó. Hélo aquí, de una vez y para siempre. Enquistado, literalmente, en los cerebros y en las mentes de sus esclavos voluntarios y de sus promotores incondicionales: el teléfono móvil.

Sí, ya sabemos, es increíble pensar que algo tan bonito pueda provenir de nuestro fogón fabril, pero es así. Honor a quien honor merece. Y créanme, nos hemos ganado a pulso el reconocimiento que están a punto de otorgarnos. ¿Creían en serio que nuestra marca de fábrica era un sello azufroso y humeante? Al contrario, de nuestra línea de producción siempre salen artefactos cada vez más sofisticados y llamativos, con mayores funcionalidades y asequibles por un número creciente de personas. Nuestro sello es la belleza. La belleza artificial. Esa que el innombrable es incapaz de crear. Bienvenidos al infierno.