jueves, 6 de septiembre de 2007

Sobre las grasas malditas diabetogénicas, diabólicas y tóxicas que tú y yo comemos diario.


Del libro maravilloso del escritor y nutriólogo mexicano Erwin Möller,
"Las grasas mágicas", Editorial Grijalbo,
me pirateé unas páginas vitales (de la palabra "vida") para tu salud, y la mía.

No dejes de leerlas y de aplicar el conocimiento que adquirirás
:

______________________________________________________________________
______________________________________________________________________
Extracto del libro de Erwin Möller:

GRASAS MÁGICAS
Aceites omega, superalimentos para tu salud

De la Editorial Grijalbo, Col. Biblioteca de la salud, 2da edición, 2006.


Capítulo 4. (páginas 71 a 85)
Grasas: las buenas, las malas y las peores


Una encuesta de Gallup hecha en Estados Unidos en el año 2000 señala que de cada 100 adultos norteamericanos de ambos sexos 27% —casi tres de cada diez— aún recuerda vívidamente los cuentos de hadas de su infancia y a los personajes que los protagonizaban. Lo que bien se aprende no se olvida. Y todo esto no le resulta ajeno a David Caruso.
Lector voraz, es a la vez un brillante narrador de historias infantiles. Siguiendo las tendencias de años atrás, durante un tiempo sus relatos se ambientaron en otros sistemas solares, con travesías a la velocidad de la luz y feroces batallas galácticas. Pero con la popularización de sagas como Calabozos y dragones, El señor de los anillos y Harry Potter, de nuevo la magia se adueñó de las mentes infantiles. Y David se sintió a sus anchas. De nuevo podría escribir historias fantásticas, pobladas de gnomos, ogros, hadas, dragones y hechiceras... si su salud se lo permitía.
Lamentablemente, David tenía un temible historial familiar de males cardiovasculares. En las tres generaciones que le antecedieron hubo siete enfermos y cinco decesos a causa de infartos, embolias o hipertensión. Su padre, su abuelo paterno y un tío habían fallecido antes de llegar a los 60 años. Y con 52 años a cuestas, David comezaba a escuchar “pasos en la azotea”.
Toda su vida adulta había luchado contra los niveles elevados de colesterol y triglicéridos. Y también contra el sobrepeso, la presión arterial y el ácido úrico. Y por fin había logrado meterlos en cintura, pero aún no podía hablar de un triunfo; no mientras tuviera elevados los niveles de la lipoproteina a o Lp(a).
“Hablando de males cardiovasculares la genética cuenta mucho, es cierto. Pero no menos importante es la alimentación —dice David—. Con frecuencia tenemos alto e1 colesterol malo, bajo el colesterol bueno y triglicéridos hasta los cielos, debido a abusos con lo que comemos. Pero ese sentido, me he cuidado mucho en los últimos l0 o 15 años. Por lo tanto ¿qué demonios debo haber estado comiendo como para conservar tan obstinadamente alta la Lp(a)? ¿Acaso estuve ingiriendo todos los días el típico brebaje de las brujas, compuesto con ojos de sapo, sangre de murciélago, setas venenosas, polvos de calavera, lenguas viperinas y tierra de panteón?

¿Acaso algún componente de su dieta pudo haberle jugado esa mala pasada?

Ya lo creo. Y no se trata de cosas tétricas o exóticas como jugo de mandrágora, sudor de momias o ponzoña de escorpión. Más bien es un ingrediente mundano que resulta facilísimo de hallar entre los componentes de muchos comestibles comunes. Usted mismo lo ha consumido y lo sigue consumiendo con frecuencia. Se llama manteca vegetal.

¿La manteca vegetal? ¿Cómo es posible?

Esa combinación de colesterol total-LDL-HDL normales con el Lp(a) elevado que muestra David Caruso es más frecuente de lo que se piensa y hasta ahora su causa es un misterio. Sin embargo, de acuerdo con diversos estudios, la razón principal podría estar en el consumo de grasas trans. Esta forma de grasas sintéticas está presente en numerosos productos procesados, y a menudo como grasa oculta; es decir, ni quiera se le menciona por su nombre en la etiqueta.

A ver, ¿cómo está eso?

Suele aparecer convenientemente disfrazada con nombres como “manteca vegetal”, “aceite parcialmente hidrogenado”, “grasa vegetal”, “manteca vegetal hidrogenada” y otros similares. En realidad, son puros eufemismos

De manera que inclusive si usted, al igual que David, se ha preocupado de mantener baja su ingestión de grasa (menos de 30% o de 25% de calorías totales), es posible que esté ingiriendo grasas trans en exceso.

¿Cuánto puede considerarse “un exceso”?

Por desgracia aún no hay un consenso al respecto, pero los principales investigadores recomiendan ingerir un máximo de cinco gramos diarios de grasas trans, y a partir de esta cifra cuanto menor sea la cantidad, mejor. Un máximo diario de tres gramos sería mucho más recomendable. Empero esto puede no resultar fácil si usted consume preferentemente alimentos procesados, porque la mayoría las contiene. Inversamente, mientras más fresca, integral y natural sea su alimentación, menos proporción tendrá de grasas trans.

¿Hay alguna razón para ello?
Sí. Las grasas insaturadas pueden existir en dos formas geométricas: cis y trans. Las primeras son por mucho las dominantes en la naturaleza. Todos los seres vivientes las utilizan para toda una serie de funciones. Una grasa trans no les sirve; por ello, en los alimentos integrales, que no han sido modificados por el hombre, las grasas trans no están presentes (con ciertas excepciones). Todo esto cambia cuando es el hombre el que prepara los alimentos. A menudo les introduce modificaciones indeseables, y la conversión de las grasas cis en trans es una de ellas. El proceso de hidrogenación mediante el cual se obtienen las mantecas vegetales es tan drástico que ‘tuerce” las moléculas y transforma las grasas cis en trans (imagínese que desdobláramos un clip). Esta conversión, que durante décadas se tuvo por inofensiva, tiene profundas repercusiones sobre la salud.

¿Cómo cuáles?

Hay dos principales. Una tiene que ver con la propiedad de las grasas para formar parte estructural de tas membranas celulares. Ya vimos la importancia que esto tiene; las grasas trans se intercalan entre las grasas cis de la estructura de la membrana, debilitándola. Imagínese que las grasas cis fuesen como tabiques, con los que se construyen paredes (las membranas). Cada grasa trans sería como un fragmento de tabique, o una piedra, o un pedazo de barro. De manera que una pared con todos esos materiales extraños estará debilitada y no podrá cumplir con su función. Igual ocurre con las membranas celulares, haciéndonos más propensos a las alergias, las infecciones, los males autoinmunes, el cáncer y el envejecimiento prematuro. Y uno de los perjuicios de las grasas trans más olvidados podría ser también uno de los más peligrosos.

¿Cuál es ése?

Al pasar a formar parte de las membranas celulares les resta flexibilidad, la cual es vital para las funciones de algunas células, como las de la sangre. Los glóbulos rojos, por ejemplo, recorren el cuerpo distribuyendo oxígeno y retirando bióxido de carbono. Es decir, coadyuvan a la respiración; para lograrlo, necesitan pasar a través de vasos capilares sumamente delgados, y sólo lo logran deformándose y sufriendo contorsiones que otras células menos elásticas no podrían duplicar. Las grasas trans disminuyen esa flexibilidad, reduciendo la capacidad de los glóbulos rojos para cumplir con su función. Inclusive hay evidencias de que interfieren con la capacidad de los glóbulos rojos para oxigenar los tejidos.

¿Y la segunda repercusión sobre la salud?

Tiene que ver con los eicosanoides. Ya vimos que estas importantísimas sustancias se producen a partir de ácidos grasos, pero ácidos grasos cis, no trans. La hidrogenación no sólo inactiva valiosas moléculas que hubieran servido para producir eicosanoides, sino que produce moléculas deformes que interfieren con la conversión de los omegas en eicosanoides. En el nivel celular, las grasas trans se comportan como terroristas o saboteadores químicos, que rompen balances y crean desorden. En este sentido, los posibles perjuicios de las grasas trans sobre la salud son impredecibles. Son tantas las funciones corporales que pueden perturbar a través de los eicosanoides, que para quienes estamos conscientes de su peligrosidad resultan temibles.

A propósito, no acabó de decirme cómo normalizar mis niveles de Lp(a)...
De todo lo expresado hasta aquí, podemos deducir que la medida más importante para lograrlo es precisamente limitar nuestro consumo de grasas trans. Para ello, conviértase en un lector de etiquetas de todo alimento procesado que consuma, y evite al máximo los que mencionen alguno de los términos anteriormente detallados: grasa vegetal hidrogenada, grasa vegetal parcialmente hidrogenada, manteca vegetal o un término nebuloso que cada vez se populariza más: “grasa vegetal”.

¿Por qué dice que es un término “nebuloso”?

Porque induce a confusión; no aporta mayor información sobre la naturaleza de la grasa o aceite utilizado. Como técnicamente las grasas hidrogenadas siguen siendo de origen vegetal, no se falta a la verdad diciendo de ellas que son “grasa vegetal”. Pero a nivel nutricional y metabólico sí hay diferencia (y enorme). La manteca vegetal no sólo resulta una villana por elevar los niveles de la Lp(a). Por ejemplo, la grasa vegetal no procesada no afecta adversamente la circulación sanguínea, antes bien su fracción monoinsaturada la facilita.

¿Y las grasas trans?

En cambio, las grasas trans pueden reducir la flexibilidad de las arterias y los vasos sanguíneos en 30%, dificultando la circulación, entorpeciendo la función cardiaca y aumentando el riesgo de un infarto. Quizás una cifra de 30% no nos diga nada, pero si la traducimos a incidencia de infartos fatales nos resulte más explícita. En un estudio complementario, hecho en la Universidad de Harvard con más de 80 mil enfermeras, se halló que quienes consumían mayor proporción de grasas trans mostraron un riesgo 32% mayor de padecer males cardiacos, y hasta 67% más de probabilidades de sufrir un paro cardiaco, en comparación con quienes las ingerían en cantidades mínimas.

Con un riesgo como ése, debería advertirse la presencia de grasas trans en las etiquetas de los comestibles que los contienen...

De acuerdo; sin embargo, no hay legislación al respecto, y los consumidores están indefensos. Es más, para disimular la presencia de grasa hidrogenada en sus productos, muchos fabricantes simplemente especifican “grasa vegetal” en la lista de ingredientes. Por ello, evite todo aquello que incluya estos términos. Los más frecuentes son panes, galletas, pastelitos, crema pastelera, tortillas de harina, chocolates, helados, coberturas de paletas heladas, margarinas y mantequillas de cacahuate. Asimismo, evite la comida rápida (como hamburguesas, pollo frito y papas fritas), ya que casi toda ella ha sido freída en mezclas oleosas que incluyen grasas trans (son más estables al calor y duran más).


Después de leer todo eso, no quedan ganas de volver a consumir margarina...

Cierto. Sin embargo, ¿creería usted que las margarinas no siempre tuvieron grasas trans? Pues así es. De hecho, las margarinas no son precisamente algo novedoso. La primera margarina (bastante distinta de las actuales) fue fabricada por Hippolyte Megé-Mouriés, un químico francés en 1869. La produjo mezclando sebo de res, leche descremada, tripas de cerdo y bicarbonato de sodio. Como puede verse, no tenía ningún ingrediente de origen vegetal, y más bien era una mantequilla sintética. Hacia 1890 la firma estadounidense Jelke introdujo la primera margarina vegetal, hecha con aceites de coco, palma, cacahuate y soya. El aroma, el sabor y el aspecto mejoraron muchísimo; no obstante, los consumidores siguieron prefiriendo la mantequilla.

¿Por qué?

Simple y sencillamente porque los sucédaneos (o sustitutos) nunca han sido del agrado de la gente. Existen, por ejemplo, sucédaneos de la sal, que son bajos en sodio y por lo tanto más sanos. Muy pocos los usan. Hay sucédaneos caseros del café (como la achicoria o el diente de león), que no contienen cafeína. Pero casi nadie sabe que existen, y menos aún son los que los consumen. Algo similar ocurrió con la margarina; los consumidores preferían el sabor y la consistencia de la mantequilla. La margarina se veía como algo económico e inferior, reservado para los menos pudientes. Pero esto cambió a principios de los años sesenta del siglo xx.

¿Qué ocurrió en ese entonces?
Dio inicio la guerra contra el colesterol. Comenzó a popularizarse el uso de aceites vegetales para cocinar y, obviamente, el público buscó un sustituto para la mantequilla. Y ese substituto había estado ahí siempre, pero ahora casi se volvía obligatorio usarlo por cuestiones de salud. Los fabricantes respondieron a la demanda, mejoraron aún más los sabores y las consistencias, y lograron margarinas que eran casi idénticas a la mantequilla. Pero para ello tuvieron que valerse de las grasas trans, cuya consistencia semeja muy bien la de la mantequilla. Claro que esto no tenían por qué saberlo los consumidores, y siguieron ignorándolo durante casi 20 años.

Pues yo lo sigo ignorando hasta la fecha...

En los años setenta, comenzaron a colarse noticias alarmantes sobre la no inocuidad de las margarinas. Y no se trataba de simples rumores, sino de evidencias científicas de peso. En este sentido el pionero fue el doctor Fred A. Kummerow, de la Universidad de Illinois en Urbana, quien en 1974 dio a conocer que las grasas trans presentes en las margarinas comerciales representaban un riesgo mayor para la salud que la mantequilla, la manteca de puerco, las grasas de las carnes e incluso que la tan satanizada yema de huevo.

Esa noticia nunca salió publicada en periódicos o revistas...

Por supuesto que no; difícilmente verá publicadas ese tipo de noticias. Aparte de que formalmente son acalladas por los grandes intereses comerciales que podrían verse afectados, no es el tipo de noticias que hagan las delicias de los medios. Al contrario, les encanta dar a conocer desmentidos de que alguna vitamina o complemento es bueno para la salud. Aún está fresco en mi memoria cuando en 1994 una de las dos televisoras mexicanas gastó en toda una plana de periódico para difundir que “de acuerdo con un estudio científico, la fibra dietética no ayuda a prevenir el cáncer de colon”, agregaban que tal noticia se expondría más extensamente en su noticiero de la noche. Lo que jamás dijeron, ni en el desplegado ni en la TV, es que, aunque espectacular, tal noticia no era concluyente.

¿Que no era concluyente? ¿Cómo está eso?

Sí, dicho en otras palabras, que aunque se trataba de un estudio realizado por investigadores muy capacitados en una institución prestigiosa, por sí mismo no resultaba suficiente como para concluir que, efectivamente, el consumo habitual de fibra dietética no tiene valor como preventivo del cáncer de colon. ¿La razón? Entre otras cosas, que no se había realizado con un número adecuado de personas y durante un período suficientemente extenso. Asimismo, tampoco se mencionó que a cambio de esta evidencia en contra, existe un cúmulo de evidencia a favor. Por lo tanto, aunque quisieron presentar la noticia como algo espectacular y definitivo, no lo era en absoluto. Lo decepcionante es que no se le han dado los mismos espacios a algunos episodios de la guerra del colesterol.

¿Cómo cuáles?

Por ejemplo, a la noticia de que las grasas trans de las margarinas son más aterogénicas (causantes de placas de colesterol) que las grasas de origen animal. Otra nota más, largamente acallada, es la de que no sólo las grasas saturadas resultan agresivas para las arterias; algunas grasas poliinsaturadas de origen vegetal también pueden serlo. Normalmente pensamos que los ácidos grasos omega 6 son buenos para la salud. Y en realidad lo son; uno de ellos, el ácido linoleico, incluso nos resulta imprescindible. Pero como ya vimos puede ser un arma de dos filos, y sólo es inofensivo en su estado natural.

¿Cuando está presente en aceites vírgenes?

Exacto! Al ser una grasa poliinsaturada, el ácido linoleico es fácilmente oxidable cuando no lo están protegiendo antioxidantes naturalmente presentes en los aceites, como la vitamina E y los carotenoides. Al ser removidos éstos durante el refinamiento, el ácido linoleico se queda indefenso ante la peroxidación. Y como ya vimos, esta última lo convierte en una fuente constante de sustancias peligrosas, como los radicales libres y los dienos. Lo interesante aquí es que ambos tipos de sustancias son los que dan el primer paso de la larga cadena de eventos que desemboca precisamente en la arterioesclerosis.

Eso suena interesante. ¿Qué más puede agregar?

Bueno, pues aunque actualmente resulta difícil hallar a un científico que siga creyendo inofensivas a las grasas trans, tampoco le dan luz verde retornar a la mantequilla. La doctora Penny Kris-Etherton, nutrióloga de la Universidad de Pennsylvania, dice que sólo 20-26% de la grasa presente en la margarina es de tipo trans. La mantequilla, en cambio, ofrece 53% de grasa saturada. Analizadas desde este punto de vista, la balanza parece seguirse inclinando del lado de la margarina.

Y usted, ¿qué opina?

Que antes de tomar una decisión, hay que tomar en cuenta que las grasas trans son más aterogénicas (causantes de placas de colesterol en las arterias) que la grasa saturada. Más aún que la manteca de cerdo, la mantequilla, la yema de huevo y el chicharrón, de acuerdo con un estudio efectuado en 1991 en Holanda. Puestas a competir contra diferentes formas de grasas de origen animal, las grasas trans ocasionaron mayores elevaciones del LDL o colesterol malo, y descensos más pronunciados del HDL o colesterol bueno. Y este mismo punto de vista es válido tratándose de la Lp(a). Por lo tanto, el sentido común —el menos común de los sentidos— nos dicta que hay que evitar las margarinas. Empero, no todas las margarinas son temibles.

Pero, ¿cómo puede decir eso?
Suena contradictorio, ¿verdad? La mayoría de las margarinas lo son, pero a decir verdad, no todas están rebosantes de grasas trans. Sin necesidad de examinar las etiquetas, uno puede percatarse con cierta aproximación de qué tantas grasas trans tienen simplemente percibiendo qué tan suave se siente la margarina al tacto. Entre más dura esté, más grasas trans contiene, y viceversa. Generalmente las más suaves (que vienen en tinas, en vez de barras) son las menos peligrosas. Si decide usted utilizarlas, le interesará saber que estas margarinas pueden reducir los niveles de LDL o colesterol malo. Investigadores de la Universidad de Texas en Dallas, bajo la dirección de la doctora Margo A. Denke, comprobaron que tanto en niños como en adultos las margarinas suaves pueden abatir el LDL en 10%. Mejor aún, ya existen margarinas que incluso incorporan en su fórmula fitosteroles.

Y eso, ¿qué significa?

Se trata de lípidos de origen vegetal, pero muy similares al colesterol, que ayudan a reducir los niveles séricos de este último (más sobre estas asombrosas sustancias en los capítulos 7 y 8). En Estados Unidos ya existen margarinas que aportan beta sitosterol (el fitosterol más potente), y con ello refuerzan su acción anticolesterol. Ese efecto de los fitosteroles se conoce por lo menos desde 1951, pero sólo muy recientemente se comprobó clínicamente que el beta sitosterol puede reducir el colesterol total (10%) y el LDL (13%).

¿Y en qué alimentos podemos hallarlo de manera natural?

Sus mejores fuentes son el polen de flores, el salvado de arroz, el ajonjolí, los cacahuates y las semillas de girasol. Sin embargo, para obtener resultados como los anteriores, se hace imperativo utilizar complementos nutricionales. La dosis terapéutica mínima para normalizar el colesterol es de un gramo diario, y ninguno de los alimentos anteriormente mencionados puede proporcionar tal cantidad. Si se pretende obtenerlo a partir de una margarina enriquecida, entonces hay que tener presente que la dosis mínima es de entre 2 y 4.5 g diarios durante varias semanas. Pero ya sea que la margarina que usemos esté o no enriquecida, tampoco hay que olvidar que 6% de la grasa saturada que contienen las margarinas suaves es del tipo que no eleva el colesterol.

¿Acaso existe una grasa saturada que no eleve el colesterol?

Sí, el ácido esteárico. Las principales grasas saturadas de la alimentación son el ácido esteárico y el palmítico. Durante años se pensó que ambos afectaban adversamente los lípidos sanguíneos. Pero en 1995, la nutrióloga Penny Chris-Etherton descubrió que el chocolate —un alimento rico en ácido esteárico— no produce aumentos en los niveles de colesterol malo o LDL, como se creía. Y por si fuera poco, un estudio reciente mostró que el chocolate es un alimento saludable: aun cantidades tan pequeñas como 30 gramos de chocolate oscuro son suficientes para disminuir la tendencia de las plaquetas sanguíneas para formar coágulos. Algo similar ocurre con las mantequillas de cacahuate.

¿Cómo está eso?

Entre las distintas variedades que se nos ofrecen, hay que hacer una distinción: la mantequilla de cacahuate natural y aquélla a la que se le han agregado grasas hidrogenadas. El primer tipo no resulta riesgoso, e inclusive ha probado ser beneficiosa para los niños. En una investigación realizada en Estados Unidos en el año 2000, se halló que el consumo de mantequilla de cacahuate natural ejercía cierto grado de protección contra los males cardiacos (a través de reducir los niveles del fibrinógeno, de la insulina y del LDL o colesterol malo). En otro estudio médico, el llamado reporte Brigham de Harvard, se estableció que la mantequilla de cacahuate natural ayuda a controlar el peso corporal (más sobre esto en el capítulo 6). Este hallazgo ha dado lugar inclusive a una dieta reductora basada en el consumo de este alimento.

¿En donde conseguir mantequilla de cacahuate natural, sin aditivos peligrosos?

No resulta fácil. Las dos marcas más conocidas en nuestro país no están libres de grasas hidrogenadas. Sin embargo, cada vez nos llegan más y más marcas del extranjero, y valdría la pena buscar alguna que tuviera certificación de estar libre de grasas hidrogenadas. Si ello no fuese posible y se dispone de tiempo, también puede intentar hacerla en casa. Realmente no se necesita mucha ciencia: los cacahuates tienen suficiente grasa para formar una pasta simplemente con ser molidos concienzudamente Para una mejor conservacion (que la pasta no se haga rancia), hay que refrigerarla o añadirle unas gotitas de vitamina E

No deja de llamar la atención que una semilla oleaginosa como el cacahuate sea tan buena para la salud. ¿Habrá otras igual de útiles?

Sí que las hay. La primera de ellas, poco conocida, es la nuez de macadamia, cuya grasa es predominantemente de tipo monoinsaturado. Un estudio hecho en Hawai mostró que el consumo diario de 10-12 de estas nueces no producía aumento de peso, y en cambio hacía disminuir de manera significativa los niveles elevados de LDL (colesterol malo) y de triglicéridos. Compárense estos resultados con los de el estudio médico hecho en la Universidad de Harvard con más de 80 mil enfermeras, según el cual quienes consumían mayores cantidades de grasas trans (como las presentes en galletas, pastelitos y otros productos de panadería) aumentaron su riesgo de males cardiacos 32%, en comparación con quienes no las ingirieron o lo hacían en cantidades mínimas.

Suponiendo que logro evitar las grasas trans, ¿ello me hará el milagro de reducirme los niveles de la Lp(a)?

Muy probablemente. Haga la prueba durante al menos cuatro meses y hágase checar nuevamente los niveles de la Lp(a). Generalmente éstos habrán retornado a sus cifras normales; y de paso, habrá comenzado a reducir notablemente las probabilidades de enfermar de diabetes de tipo II. De acuerdo con una investigación médica hecha en 2001, el solo hecho de evitar ingerir cada día entre 3 y5 gramos de grasas trans puede abatir el riego de padecer diabetes hasta en 40% (American Journal of Clinical Nutrition, Junio del 2001). Este grado de protección contra un mal que ha cobrado ya dimensiones epidémicas debería hacer recapacitar a quienes aún sostienen que las grasas trans son inofensivas.

¿Y si evitar las grasas trans no resulta suficiente para disminuir mis niveles de Lp(a)?

Bueno, en caso negativo puede intentarlo también ingiriendo un complemento de aceite de pescado. La evidencia inicial de que esto pudiera funcionar proviene de un estudio en el cual se checaron los perfiles lipídicos (colesterol total, LDL, HDL) de dos tribus bantú del Africa. Aunque sólo las separan 80 kilómefros, sus niveles de lipoproteínas sanguíneas son muy diferentes. Los del grupo A tienden a exhibir niveles más normales que los del grupo B En particular, los niveles de la Lp(a) son 37% menores.

¿Y qué origina tal diferencia?

El consumo de pescado. Los del grupo A viven a orillas de un lago, y el pescado forma parte de su dieta habitual. Los del grupo B, en cambio, basan su dieta mayormente en el consumo de granos y cereales. Pensando que pudieran existir otras variables que no se tomaron en cuenta, científicos norteamericanos intentaron reducir los niveles elevados de la Lp(a) de un grupo de voluntarios simplemente haciéndolos ingerir más pescado. Los lípidos sanguíneos incluida la Lp(a) se normalizaron en las personas participantes tras 12 semanas de ingerir pescado diariamente. Pero como esto sólo podría entusiasmar a los más fanáticos del pescado, para no tener que estar comiéndolo con tanta frecuencia, lo recomendable es utilizar un complemento de aceite de pescado.

Y ya que mencionó la presión arterial, ¿puede ayudarnos a normalizaría el consumo de pescado?

Por supuesto, en especial si la hipertensión apenas comienza. Se considera que existe esta afección si en adultos sanos se obtienen repetidamente lecturas mayores a 140/90. También hay que poner atención si solamente el número mayor se ha elevado; podría estar indicando la presencia de la llamada hipertensión sistólica, que no es menos peligrosa. En ese sentido, la más simple de las medidas antihipertensión consiste en ingerir macarela.

¿Macare/a? ¿Qué no es un pescado comestible parecido a las sardinas?

Sí, e ingerirlo fue precisamente lo que recomendaron los científicos del Instituto de Investigación Cardiovascular de Hamburgo a un grupo de voluntarios aquejados con hipertensión leve. Durante dos semanas es tuvieron consumiendo un promedio de dos latas diarias de macarela en salsa de jitomate. Después, redujeron la ración a sólo tres latas por semana, y así siguieron durante ocho meses más. Durante las dos primeras semanas, todos los parámetros cardiovasculares (pulso, presión arterial, colesterol total, triglicéridos) bajaron o se normalizaron. Pero durante los ocho meses siguientes algunos de ellos retornaron a sus valores iniciales. El más significativo de los que permanecieron bajos fue la presión arterial.

Pero, ¿un consumo tan alto de pescado (o de su equivalente en aceite de pescado) no llegará a interferir con la coagulación?

Una de las preocupaciones de los usuarios de aceite de pescado es que dadas sus propiedades anticoagulantes, pueda ocasionarles trastornos en la coagulación o hemorragias espontáneas. Un científico que ha estudiado este fenómeno a fondo —el doctor Joel Kremer, del Colegio Médico Albany, de Nueva York— sostiene que no hay de qué preocuparse (si se es un adulto sano y sin problemas de coagulación). Habiendo checado los tiempos de coagulación a cientos de consumidores de aceite de pescado, efectivamente detectó tiempos más prolongados, pero aún dentro de los considerados normales.

Y ya que menciona interacciones entre anticoagulantes, ¿qué hay del aceite de pescado con la aspirina?

La opinión de Kremer sigue siendo válida; es decir, no hay problema. No obstante, los complementos de aceite de pescado no se recomiendan para quienes ya presentan algún trastorno en la coagulación, o que es tán tomando fármacos anticoagulantes. Un caso similar se presenta con la vitamina E, que exhibe cierta propiedad anticoagulante. Pero hasta ahora no se ha demostrado que su uso simultáneo con el aceite de pescado esté contraindicado en personas sanas. Tampoco está contraindicado el uso simultáneo de vitamina E y aspirina (con fines cardio protectores).