viernes, 31 de agosto de 2007

Ábjuros de Hipócrates.

Ábjuros de Hipócrates

La silimarina en la cirrosis,
el envenenamiento hepático
y la diabetes.

Había escrito un texto que consideré atinado y ocurrente sobre el Cardo Mariano y los médicos. Lo sometí a las críticas de mi madre (Socióloga y Periodista de la Sorbona de París) y de mi amada mujer (Profesora de Español en una secundaria pública de Iztapalapa, es mi heroína preferida). Pensé que me darían el palomazo sobre mis cuartillas y ambas coincidieron para mi frustración en tacharlo de agresivo para la clase médica en su conjunto. Total que decidí sepultarlo en la resma tradicional del olvido que todos los escribanos tenemos en los resquicios de nuestros hogares. Hasta ahora; verán por qué.

Son decenas los batiblancas a los que les he hablado del Cardo como una medicina prodigiosa y he subrayado los experimentos de la Doctora Claudia Angélica Soto Peredo (Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Xochimilco) en los que en un modelo extrapolable a humanos demostró la remisión total de la diabetes que produjo en los sujetos de sus experimentos gracias a la acción de las diferentes moléculas de la Silimarina que contienen los frutos de esa maravillosa planta. De hecho es probable que sean en realidad cientos de Jurados Hipocráticos los que me han escuchado loar tanto a la medicina, como a las dos mujeres que intervinieron para que llegara a nuestras manos tan fenomenal cura para la diabetes y para MILES de enfermedades más (sí, lo dije y lo sostengo: miles; y lo demostraremos, aunque le pese a las trasnacionales farmacéuticas).

A pesar de mi verdaderamente imparable verborrea han sido pocos los Doctorcitos y Doctorcitas (y en mayor medida Enfermeros y Enfermeras) que han tendido sus oídos en una escucha real y consecuente con las implicaciones de esas palabras espetadas sin pudor. De hecho, para mi asombro, he hallado incluso hostilidad: la de aquel cuyo modelo del mundo corre riesgo de caer en pedazos.

Debo confesar que me he divertido mucho a costillas de sus hígados sulfurosos y a pesar de mis invariables corajes ante tanta cerrazón. Es toda una anécdota cada indoctrinamiento que realizo sobre la medicina que ocupa mi corazón, pues a pesar de las puertas que me cierran en la nariz, tengo ingenio casi siempre suficiente para abrir una esclusa en la que ni esperaban que alguien pudiera entrar con sus argumentaciones sólidas como arietes invencibles. ¡Ja, no pueden contra la razón!

Esas orejas que tanto se han negado a entender me han enseñado que es más difícil cambiar un paradigma dogmático de la realidad ¡que curar la diabetes! Mire usté, caballero...

Por todo lo anterior, y porque hace unas horas me enteré de que la diabetes se posicionó recientemente como la causa número uno en la mortalidad de mis compatriotas, decidí transcribir el texto de marras. Esa enfermedad que me espanta, no merece persistir; es un infierno optativo y debe saberse ya. Dicen los que saben que el Sector Salud gasta más de su presupuesto en la diabetes y los padecimientos y secuelas relacionados con ella que en cualquier otra enfermedad; de hecho es su principal merma económica. ¿Es posible que pudiendo remediarla persistamos en voltear la cara hacia otro lado? Soy terco, demasiado. En mi consciencia no ha de quedar el pecado de omisión de guardar silencio cuando tengo algo tan importante que seguir diciendo.

En honor de esos hombres y mujeres que no quieren salud sino dinero, va el escrito que pensé no transcribir nunca. Viene de ai, maistro:La inyección del doctorcito.

Algunos médicos son muy inteligentes en Europa: como su profesión consiste en ser responsables de saludes y vidas de sus pacientes -carga pesada en exceso para cualquiera- liberan su presión y se relajan del trabajo tomando; no se crea que destaco la inteligencia de los facultativos por usar este método que sólo requiere de sentarse y empinar el codo en lugar de alguna disciplina oriental psicosomática, nooo. Sería un sarcasmo cruel. Lo dije en serio, pero por la parte que antecede a ese ritual báquico del rélax galénico, la que sólo los chismosos conocemos pues es privadísima y además vergonzante. ¡A salir del clóset muchachos!

Antes de ingerir cantidades pantagruélicas de bebidas embriagantes se inoculan una sustancia muy especial, una que ha demostrado durante milenios ser capaz de proteger al hígado de miles de venenos (aseguro usar los 4 dígitos de manera legítima en sendos casos: en años y en tóxicos respectivamente).

Entre esos venenos se incluye (cómo no) al temible alcohol y, escúcheme bien, a la micotoxina criminal del hongo Amanita Phalloides, bien conocida por encabezar la lista de agresores del hígado de origen natural. Es tan potente esta molécula, como la que contrarresta sus efectos:

la Silimarina.

Sí. Esa que ocupa 5 mililitros de la jeringa hepatoprotectora de los doctores alcohólicos en una concentración de 120 miligramos benditos y estandarizados, utilizada como medida urgente de la bien practicada medicina preventiva. Los guerreros necesitan su escudo y su descanso, hélos allí: francachela y remedito.

Si mi padre lo hubiera sabido a tiempo, no hubiera tenido que pasar por el trago amargo de vivir una operación tan fea como el desvío de la circulación portal por su cirrótico hígado atemperado a golpe de cuba y vino. La ignorancia, hombre...

Ah, se me olvidaba un detalle. Si algunos tomadores compulsivos no se ven borrachos, no se debe a que tomen con medida o moderación (o como se quiera subterfugiar el aquelarre aquel). Que nadie llame a error en este sentido. Si esos adictos aparentan sobriedad es porque los hígados trabajan a marchas forzadas metabolizando TODO el alcohol que se zamparon a través de una herramienta química que produce a mares el hígado de un tomador con el fin de neutralizar esa porquería que sin empacho le meten. Su nombre es Deshidrogenasa Alcohólica; ilustrador el mote de esa enzima orgánica, ¿eh?

En una esquina, ¡la Silimarina!
En la otra esquina, ¡la Micotoxina!

Abundemos sobre el asunto. Cuando un ser hechizado por el sombrerito rojo con manchoncitos blancos del honguito mencionado decide comerlo, sobreviene en su organismo una serie de reacciones químicas que atentan contra su integridad; la más destacada es la hepatitis fulminante, ya que el blanco preferido de la flecha envenenada de la Amanita es el hepatocito, la célula hepática.

Muere el hígado entonces, y por su trascendencia como órgano rector de la química corporal, también orilla al deceso al desdichado que pensó que ese vegetal llamativo sólo lo llevaría de tour VTI al paraíso, no que lo dejaría de por vida en él.

El vegetal hermano que efectivamente lleva a las visiones espirituales es parecido al que mata, pero sólo la bruja del cuento sabe distinguir entre el Phalloides y el Amanita Muscaria, y vaya usted a saber en qué pira de leña verde mataron a esa abuelita chamánica los antecesores de Franco. Gracias a los patólogos sabemos bien cómo se dá el trágico fin de los que se atragantan con sombreritos de duendes malévolos, pues son ellos en las labores forenses quienes se ocupan de los cadáveres para estudiar los males que los llevaron a la plancha metálica donde laboran. En sus cortes histológicos se pueden observar los hepatocitos destrozados después de la artillería fúngica que los derrotó.

Y a otro tipo de científicos les debemos saber con precisión que si le inyectamos en tiempo y forma a un envenenado por su bocadín de champiñones la misma ampolleta que el doctor usa para evitar la cirrosis ¡sobreviene lo inesperado!:

Por arte de una magia singular en las células que recibieron el antídoto no se vé el más mínimo daño, como no sea el que les causó al separarlas con una jeringa especial el doctor encargado de tomar las muestras de tejido para la biopsia. Porque verá, esas células que se ven rozagantes en la mirilla del microscopio, pertenecieron a un órgano que seguirá vivo y saludable, aunque al paciente que se las quitaron le duelan los dos piquetes (el del antídoto y el de la biopsia) y le retumbe todavía el susto que se llevó por culpa de sus peculiaridades culinarias.

Los irredentos iatrogénicos.

Volviendo a los insignes personajes del principio, esos que se automedican y esgrimen con orgullo la divisa tan sonada de "prevenir, antes que lamentar", mencionaba su inteligencia y lo recalco. Todavía tendría progenitor si hubieran estado a su disposición esas ámpulas inoculables y el conocimiento que bien usan los galenos sedientos y estresados.

Es una lástima que mi padre y su hígado transplantado terminaran convertidos en cenizas por la ignorancia que ya no tiene quien leyó este texto.

Ahora bien, si usted quiere ser más que inteligente, le recomiendo meterse al organismo, no una jeringuilla que sólo se debería usar como antídoto en emergencias reales, sino unas buenas tabletas de Silimarina diariamente, pues es uno de los antioxidantes más importantes de la lista de los Top Thirty.

Le invito a leer más sobre esta medicina que sólo un Doctor lleno de amor incondicional pudo haber creado, bueno, no un Doctor, una Doctora. Venga, lea la narración apócrifa o real, mítica o histórica que le he preparado, y sorpréndase:
http://tepantzintlacaztalli.blogspot.com/2007/07/nace-la-panacea-de-mara-el-cardo.html

En la Francia del 68 en la que mi padre estudió, se podía leer un grafiti bellísimo. Con él quiero cerrar...

"seamos realistas
pidamos lo imposible"

Amén.

Tepantzin Tlacaztalli Huitzilíhuitl
De Santa María Coatlaxópeuh
Semper Fidelis Ad Marianum Gloriam

Pedregal de Santo Domingo
Coyohuacan, Mexihco Tenochtitlan
0315hs, 31 de Agosto, 2007.