El porvenir tiene su forma de anunciarse.
“Ni un centavo te cuesta este beso pues mi alma lo paga,
solo espero lo mismo por eso hasta el fin de la saga...”
Cuando la humanidad se oscurece con la duda y el miedo al futuro surgen en su seno mujeres y hombres capaces de dar certezas y fe. Pueden leer los signos que previenen los hechos que han de acontecer. Los interpretan a sus hermanos para guiarlos en la larga marcha hacia la Tierra prometida.
Son los profetas.
Lo que ocurrirá es transparente para ellos. Acompaña a esa consciencia el sentido del deber de compartirla con quienes han perdido el norte de sus destinos. Los dones son para repartirlos, no para atesorarlos, a menos que se tenga el insano deseo de pudrir la entraña con la videncia que nunca iluminó al prójimo.
Compartiré mis visiones con esa meta dedicándolas a tres seres:
En primer lugar, mis palabras son para los elegidos de Dios. Esos que con sus actos han ganado un pedazo de futuro para poblar la nueva Era, sin embargo necesitados del refrendo de su intuición para apaciguar de una vez sus almas.
En segunda dedico mi trabajo al encomio de los tibios para definirse, asegurándoles el espacio que les recibirá si se sacrifican por él brindándose a su gente. A esos funámbulos del filo de la navaja les exhorto a pactar con la bondad para sus felices tránsitos al mundo que palpita bajo el estertor de éste.
Por último a ti que entregaste tu alma, a ti que la vendiste a la oscuridad por un pedazo de polvo en el que pronto has de convertirte: te despido muerto en vida, condenado.
Que los corazones de los hermanos que olvidaste
rueguen al creador por tu alma irredenta,
que Dios se apiade de ti.
“Ni un centavo te cuesta este beso pues mi alma lo paga,
solo espero lo mismo por eso hasta el fin de la saga...”
Cuando la humanidad se oscurece con la duda y el miedo al futuro surgen en su seno mujeres y hombres capaces de dar certezas y fe. Pueden leer los signos que previenen los hechos que han de acontecer. Los interpretan a sus hermanos para guiarlos en la larga marcha hacia la Tierra prometida.
Son los profetas.
Lo que ocurrirá es transparente para ellos. Acompaña a esa consciencia el sentido del deber de compartirla con quienes han perdido el norte de sus destinos. Los dones son para repartirlos, no para atesorarlos, a menos que se tenga el insano deseo de pudrir la entraña con la videncia que nunca iluminó al prójimo.
Compartiré mis visiones con esa meta dedicándolas a tres seres:
En primer lugar, mis palabras son para los elegidos de Dios. Esos que con sus actos han ganado un pedazo de futuro para poblar la nueva Era, sin embargo necesitados del refrendo de su intuición para apaciguar de una vez sus almas.
En segunda dedico mi trabajo al encomio de los tibios para definirse, asegurándoles el espacio que les recibirá si se sacrifican por él brindándose a su gente. A esos funámbulos del filo de la navaja les exhorto a pactar con la bondad para sus felices tránsitos al mundo que palpita bajo el estertor de éste.
Por último a ti que entregaste tu alma, a ti que la vendiste a la oscuridad por un pedazo de polvo en el que pronto has de convertirte: te despido muerto en vida, condenado.
Que los corazones de los hermanos que olvidaste
rueguen al creador por tu alma irredenta,
que Dios se apiade de ti.
La serpiente y la manzana de los hijos de Adán y Eva.
“...cuando escriban la vida los buenos, al final, vencedores,
se sabrá que no usamos veneno como aroma de flores...”
Silvio Rodríguez, Albúm Descartes, Canción “Rosana”, 1998.
El reptil del Paraíso perdido hechiza con su serpentear ondulante todos los sentidos de los seres. Son Legión las miríadas de placeres que ofrenda en pago del contrato con el que ha comprado las almas, ávidas de sibilinos gozos.
El bífido ente genesíaco recaptura los corazones con nuevas manzanas; otra vez demostramos ser hijos de Eva y Adán al caer en billones de ocasiones en el truco de la fruta de oropel. ¿Y hay alguno que diga seriamente que no nacimos con la mancha original?
La sierpe convirtió las originarias eses de su rastro en la duna, en formas idénticas que penetran con su llamado de sirena a hombres y mujeres sin voluntad ni sabiduría. Hinca sus colmillos grávidos de veneno en durmientes deseosos de sucumbir a la irrealidad del sueño eterno.
Es el ensueño de sus sonidos, sus imágenes, sus tactos, sus sabores, sus olores, sus ideas. Los seis sentidos presos en su quijada salivosa e impía.
I
En el gráfico que emula la forma de las ondas sonoras puedes observar su caminar. En la palabra que no enaltece está su rastrero paso. En el ruido perturbador. En música que incita al desconcierto. En las torturas sónicas que el hombre crea:
desde las bocinas de sonoridad increíble que desquician la paz inherente del espíritu humano,
hasta los sonares militares de los barcos y submarinos de guerra, esos por los cuales protestan los humanos del mar encalando en las playas del hombre en un suicidio que lo denuncia, pues con sus mecanismos marcianos llevan desorientación y demencia a los sensibles oídos de nuestros hermanos delfines, nuestras hermanas ballenas.
II
Hay un espectro visible de diabólica magia en la luz, desde el infrarojo hasta el ultravioleta, lleno de imágenes excitantes que mueven, manejan, dictan, condicionan. A los ojos llegan los caleidoscopios satánicos para apresar incautos y desatentos con trampas obvias y ocultas, visibles y subliminales. En pantallas pequeñas o gigantes reptan por igual los fotones cazadores, aquellos que roban el destino de los observadores que renunciaron a la videncia, al testimonio, a la atención.
III
Anclan moléculas de artificio en las narices, espurios tufos que Dios no ideó jamás. No vibramos por el aroma de una flor. No estremece más el perfume del pino a las nervaduras antaño vibrátiles de la anatomía humana. ¡No!
Es la alquimia del oscuro mago la que engaña desde un laboratorio en su carrera por despojarle sangre y sudor al bípedo anósmico.
Mientras tragas un bocado muerto, vestido de falsos aromas y en realidad inoloro, imaginas por el timo comer un manjar apetitoso.
Olfateas un cuerpo rancio, toxificado y desnaturalizado, y la mentira que emana su epidermis te subyuga.
Se prefiere la manzana del frasco, del atomizador, del polvo colorado, esa que engalana cada superficie con mensajeros volátiles de la impostura nasal.
Y allí, dentro del cuerpo inerme, cada molécula suplantadora de los perfumes divinos, es manzana podrida que disrupciona la entraña y ciega al olfato.
IV
En la piel desnuda de las almas vacías, clava los colmillos; entonces el veneno de la lascivia dirige la consciencia en pos de un derrotero monótono y tanático: la muerte pequeña. Aquello que debió ser el ritual del amor se troca en una masturbación acompañada. En la danza de la soledad que no descubre siquiera un ala del celeste amor divino.
V
Lenguas, serpentarios en las bocas, apéndices que extravían a los cuerpos en enfermedades tempestuosas.
Hay quien pierde hasta la vida por culpa de sus papilas gustativas, hay quien pierde un pie, hay quien pierde un ojo. La orgia de la gula y el desperdicio en una esquina, y en la otra el congénere que ayuna hasta la muerte.
Hay quien parte hacia Dios por carecer de un pan. Habrá quien parta por comerse todos y no dar ninguno: hacia las llamas de un fogón que ha de cocerlo vivo.
Reptan las lenguas el espacio, incapaces de un ayuno sacro; son los incansables ejércitos de la fijación oral, aquellos que devoran los rincones más escondidos de la Tierra.
Bocas armadas de hachas deforestan cada bosque en pos de sus sabores anhelados, de bocados que se pierden en hoyos insaciables que tiempo ha dejaron de ser labios y dientes, para ser pozos sin fondo, cual vórtice de letrinas.
Las salivas ya no son líquido de crisoles alimenticios: ríos que empujen las aspas del molino nutricio. Son esputo en la cara del hambriento.
Las dentaduras ya no son la molienda del grano que yergue como espiga al hijo digno: al hombre de la Tierra. Son bruxismo de ladrones.
VI
Muerden sus colas nuestros pensamientos, andan a tientas en sus laberintos circulares y mortecinos.
No hay redención para el cerebro que gira sibre su propio eje, para la testa egoísta.
El bello ángel le vendió un espejo distorsionado al ser que no quiere salir de sí y ver el mundo.
El cascabel de su cola le llama con el sonido de sus propias escamas imbricadas y ya no escucha al exterior; acude entonces a atenderse, a escucharse embelesado, a pensar de sí, para sí, por sí. Y olvida a Dios...
“primero yo, después yo y al último yo”;
el hombre es
la serpiente del hombre.
tth De Santa María Coatlaxópeuh,
Semper Virgo, Semper FidelisAd Marianum Gloriam.
“...cuando escriban la vida los buenos, al final, vencedores,
se sabrá que no usamos veneno como aroma de flores...”
Silvio Rodríguez, Albúm Descartes, Canción “Rosana”, 1998.
El reptil del Paraíso perdido hechiza con su serpentear ondulante todos los sentidos de los seres. Son Legión las miríadas de placeres que ofrenda en pago del contrato con el que ha comprado las almas, ávidas de sibilinos gozos.
El bífido ente genesíaco recaptura los corazones con nuevas manzanas; otra vez demostramos ser hijos de Eva y Adán al caer en billones de ocasiones en el truco de la fruta de oropel. ¿Y hay alguno que diga seriamente que no nacimos con la mancha original?
La sierpe convirtió las originarias eses de su rastro en la duna, en formas idénticas que penetran con su llamado de sirena a hombres y mujeres sin voluntad ni sabiduría. Hinca sus colmillos grávidos de veneno en durmientes deseosos de sucumbir a la irrealidad del sueño eterno.
Es el ensueño de sus sonidos, sus imágenes, sus tactos, sus sabores, sus olores, sus ideas. Los seis sentidos presos en su quijada salivosa e impía.
I
En el gráfico que emula la forma de las ondas sonoras puedes observar su caminar. En la palabra que no enaltece está su rastrero paso. En el ruido perturbador. En música que incita al desconcierto. En las torturas sónicas que el hombre crea:
desde las bocinas de sonoridad increíble que desquician la paz inherente del espíritu humano,
hasta los sonares militares de los barcos y submarinos de guerra, esos por los cuales protestan los humanos del mar encalando en las playas del hombre en un suicidio que lo denuncia, pues con sus mecanismos marcianos llevan desorientación y demencia a los sensibles oídos de nuestros hermanos delfines, nuestras hermanas ballenas.
II
Hay un espectro visible de diabólica magia en la luz, desde el infrarojo hasta el ultravioleta, lleno de imágenes excitantes que mueven, manejan, dictan, condicionan. A los ojos llegan los caleidoscopios satánicos para apresar incautos y desatentos con trampas obvias y ocultas, visibles y subliminales. En pantallas pequeñas o gigantes reptan por igual los fotones cazadores, aquellos que roban el destino de los observadores que renunciaron a la videncia, al testimonio, a la atención.
III
Anclan moléculas de artificio en las narices, espurios tufos que Dios no ideó jamás. No vibramos por el aroma de una flor. No estremece más el perfume del pino a las nervaduras antaño vibrátiles de la anatomía humana. ¡No!
Es la alquimia del oscuro mago la que engaña desde un laboratorio en su carrera por despojarle sangre y sudor al bípedo anósmico.
Mientras tragas un bocado muerto, vestido de falsos aromas y en realidad inoloro, imaginas por el timo comer un manjar apetitoso.
Olfateas un cuerpo rancio, toxificado y desnaturalizado, y la mentira que emana su epidermis te subyuga.
Se prefiere la manzana del frasco, del atomizador, del polvo colorado, esa que engalana cada superficie con mensajeros volátiles de la impostura nasal.
Y allí, dentro del cuerpo inerme, cada molécula suplantadora de los perfumes divinos, es manzana podrida que disrupciona la entraña y ciega al olfato.
IV
En la piel desnuda de las almas vacías, clava los colmillos; entonces el veneno de la lascivia dirige la consciencia en pos de un derrotero monótono y tanático: la muerte pequeña. Aquello que debió ser el ritual del amor se troca en una masturbación acompañada. En la danza de la soledad que no descubre siquiera un ala del celeste amor divino.
V
Lenguas, serpentarios en las bocas, apéndices que extravían a los cuerpos en enfermedades tempestuosas.
Hay quien pierde hasta la vida por culpa de sus papilas gustativas, hay quien pierde un pie, hay quien pierde un ojo. La orgia de la gula y el desperdicio en una esquina, y en la otra el congénere que ayuna hasta la muerte.
Hay quien parte hacia Dios por carecer de un pan. Habrá quien parta por comerse todos y no dar ninguno: hacia las llamas de un fogón que ha de cocerlo vivo.
Reptan las lenguas el espacio, incapaces de un ayuno sacro; son los incansables ejércitos de la fijación oral, aquellos que devoran los rincones más escondidos de la Tierra.
Bocas armadas de hachas deforestan cada bosque en pos de sus sabores anhelados, de bocados que se pierden en hoyos insaciables que tiempo ha dejaron de ser labios y dientes, para ser pozos sin fondo, cual vórtice de letrinas.
Las salivas ya no son líquido de crisoles alimenticios: ríos que empujen las aspas del molino nutricio. Son esputo en la cara del hambriento.
Las dentaduras ya no son la molienda del grano que yergue como espiga al hijo digno: al hombre de la Tierra. Son bruxismo de ladrones.
VI
Muerden sus colas nuestros pensamientos, andan a tientas en sus laberintos circulares y mortecinos.
No hay redención para el cerebro que gira sibre su propio eje, para la testa egoísta.
El bello ángel le vendió un espejo distorsionado al ser que no quiere salir de sí y ver el mundo.
El cascabel de su cola le llama con el sonido de sus propias escamas imbricadas y ya no escucha al exterior; acude entonces a atenderse, a escucharse embelesado, a pensar de sí, para sí, por sí. Y olvida a Dios...
“primero yo, después yo y al último yo”;
el hombre es
la serpiente del hombre.
tth De Santa María Coatlaxópeuh,
Semper Virgo, Semper FidelisAd Marianum Gloriam.