jueves, 5 de abril de 2007

Carta para la Doctora Claudia Angélica Soto Peredo

Doctora Soto:
Desde que descubrí que tenía la virtud de proteger al hígado, llevo varios años rastreando las propiedades del Cardo Mariano (silimarina) pues mi padre padeció cirrosis -era alcohólico-; ése fue uno de varios motivos que lo llevaron a morir y a dejar dos familias sin su pilar masculino. A partir de su muerte me prometí descubrir las curas que hubieran evitado su deceso. Esto, por parte de mi rama familiar paterna, que es colombiana; por la materna, mexicana como el aguacate, casi la tercera parte de mis tíos-abuelos han tenido la desgracia de perecer por las complicaciones de la diabetes. Se imaginará la sorpresa y júbilo que sentí cuando le otorgaron el premio por su casual descubrimiento: ¡la cura definitiva de la diabetes! -por cierto, ¿en verdad fue tan fortuito, o andaba caminando por esos lares a propósito?-. De repente me topé con una medicina que hubiera por lo menos prolongado la vida de bastantes seres amados, si no es que les hubiera evitado morir por lo que murieron, causa nada salvífica o heroica: hidratos de carbono en exceso. Ahora mismo algunos de mis tíos siguen con la tradición familiar del refresquito de 2 litros por piocha diariamente y la bolsa gigante de pan dulce, que para colmo incluye en su magistral receta la cancerígena grasa hidrogenada, y para variar ya están corriendo en la recta final de los diabéticos irredentos que están a punto de perder vista y extremidades. O sea: están a días de conocer la medicina que les salvará el pellejo. Y, honor a quien honor merece: lo último por su intervención Doctora. No me malentienda, esta carta no es sólo para agradecerle lo dicho, también es para otros menesteres que a continuación le expondré.

Leí con atención la patente, en particular los experimentos con esos malogrados seres a los que administró el tóxico diabetogénico (aloxane), y quiero destacar la proporción en la que tomaron Silimarina, pues habla de 120mg./Kg. de peso, lo que trasladado a un humano como yo, de 90k., sería equivalente a una ingesta de 10 gramos de extracto. Eso suena a bastante, a píldoras del tamaño de un huevo, o ampolletas inyectables tal y como se las imaginan los niñitos enfermos en sus pesadillas, ¡gigantescas! Además, siempre menciona a la Silimarina acompañada del omnipresente carbopol; a un lego desconocedor de sus propiedades le haría caer en el error de pensarlo como parte de la terapéutica y no como simple vehículo que facilita la administración o absorción del verdadero principio activo, que es el extracto del Cardo Mariano, la Silimarina.

Creo que imagina por donde voy: pretendo creer que puso así la información para despistar a los incautos y permanecer parcialmente con el secreto de la dosis en sus manos. Esos 120mg. de Silimarina casualmente son la misma cantidad que tiene cada tableta del único producto a mi disposición en la Ciudad de México que contiene extracto estandarizado de Silimarina; supongo que tomando la dosis de esas tabletitas queda dada una ingesta adecuada, así que he recomiendo a cuanta persona puedo que los sextupliquen, dividiéndolos por las tres comidas típicas del día, e ingiriéndolos una hora antes de comer. Dicho de otra forma: 2 tabletas de Etagerin una hora antes de cada alimento. Claro, ¿verdad?; el carbopol queda en el olvido y la medicina presente a menos, por supuesto, que nos aclare alguna de dos cuestiones:

1) ¿Es el carbopol verdaderamente necesario para que la Silimarina se absorba bien, o cualquier excipiente cbp puede facilitar con igual eficiencia su absorción?
2) ¿Es extrapolable la ingesta que dio a las ratas (120 miligramos por cada kilogramo de peso, a los humanos, o en realidad puso esa proporción para despistar?

Verá Doctora, siendo la Diabetes endémica de nuestro país, sería un crimen de omisión vetar el acceso inmediato de la población al medicamento que puede detener tanta enfermedad y muerte, y supongo que coincidimos en este punto. Le quiero ejemplificar esto. En un hospital del Distrito Federal se llevó a cabo el protocolo para aprobar el uso del
ácido glicirricínico como un antiviral de uso tópico en lesiones herpéticas o papilomatosas, como los fuegos labiales o corporales y el condiloma acuminado, respectivamente; total que se aprobó. Se llama Epigen el chunchesito ese y cuesta casi $300 en la farmacia París (que se supone barata). En el documento que explica su farmacocinética y el proceso con el que se fabrica hablan de una activación de la molécula de ese polisacárido por medio de electricidad, pero jamás son lo suficientemente claros como para darle al paciente libertario la capacidad de duplicar esa supuesta activación en casa o de fabricarse él mismo su pomadita o aspersor, cuando sí existe la posibilidad de que alguien de bajos recursos se pertreche de la medicina que lo curaría por sólo $20 en esa misma farmacia, ya que el famoso y rimbombante Epigen está hecho con una raíz cuyo costo ya molida no excede de $10 por ¡100 gramos!, y si a esto le sumamos que es hidrosoluble y que una botellita aspersora cuesta también algo similar, sólo tenemos que añadir agua y Voilà!!!

¡Qué cosa Doctora! Algo debe pasar entre el juramento Hipocrático y el momento en el que el sanador decide tener una prioridad económica antes que la que juramentó. Algo muy extraño. Y en ciertos casos entendible. Uno no come aire.

Pasando al siguiente tema, quiero compartirle algo que me enseñó mi madre: así como los nombres de los lugares en la República cambiaron cuando llegaron los conquistadores, quedando en algunos casos la mitad de su nomenclatura en castellano y la otra parte en la lengua original de los pobladores (como “San Juan Teotihuacan”, o multitud de casos), algo similar ocurrió con las plantas oriundas de estas tierras, como la Siempreviva, cuyo nombre en lengua india desconozco, pero con seguridad da a entender que sirve como medicina -no sólo quita algunas callosidades de los ojos, investigadores mexicanos le descubrieron virtudes anticonceptivas-. Éste fenómeno no es privativo de estas latitudes, pues en otros lugares de la Madre Tierra las nomenclaturas han sugerido por lo menos que algo se cocinaba al interior de ese cactus, de esa florecita, de esa hierba, de ese honguito. Hasta que llegaron, claro, las nomenclaturas en latín, puramente descriptivas de cosas accesorias, y no primordiales. Imagínese: el polisacárido de marras en latín es nombrado sólo como
“raíz dulce” (Glycyrrhiza Glabra), vaya...
¿Y qué con el Cardo Mariano? Ah, pues por aquí viene la sorpresa, la sopita que ocupa nuestras cucharas.

“y por aquel que me arranca
el hígado con que vivo,
¡cardos!, no ortigas, cultivo,
y al cazo, su leche blanca”

Saquémonos esa espinita y comámonos los aquenios. El Marianum de su nombre en latín –Sylibum Marianum- nos remite sin duda a María, la Virgen, la Madre de Dios. La Nonantzin (nuestra madrecita) del Tepeyac, la Madre Tierra antropomórfica. ¿Quién iba a pensar que el retorno de María se daría por medio de sus frutos? Curioso. No más iconos en ayates, no más apariciones visionarias, no más imágenes vaporosas e iridiscentes, sencillamente un cardo lechal que sana del cuerpo lo que entró por su boca en exceso o en equívoco -como la amanita phalloides o la mortal, que no la divina muscaria-. Claro que todavía muchos queremos ver a nuestra madre universal empequeñecida en un cuerpo humano, algo tan evidente como el milagro de su medicina sigue siendo una abstracción que los ojos no ven y que la mano no siente -por más consciencia de lo microscópico y lo macrocósmico seguimos pensando que el hombre es la medida de todo-. Peor aún, todavía quedan en la Tierra los rescoldos humeantes de los hijos de los positivistas que imaginan un mundo al que lo sacro le ha sido amputado. ¿A qué mundo pertenecemos Doctora Soto, en qué extremo estamos?

No sé si se ha percatado del momentum en el que la medicina se encuentra, tan llena de curas inesperadas, de remedios sorprendentes, de nuevas enfermedades incurables, de retornos triunfales de enfermedades que se creían erradicadas, ¡y de otras tantas creadas por la mano del hombre!, para las que ni Dios tiene remedios en su botica. Es un momento irrepetible, único, como nunca vimos antes, como no imaginamos ver. Y allí, en ese tiempo, entablamos un diálogo que seguramente le parece un tanto surreal. Y eso que aún no termina de arrancar esta misiva.

Nos encontramos en el nacimiento de una nueva medicina, producto de todos los aciertos y yerros de las anteriores, somos los padres del corpus médico del futuro, del compendio, de la glosa del Vademécum más grande jamás pergeñado, la simiente del sanador del porvenir. Nuestra responsabilidad es inmensa, y ese es uno de los motivos por los que le escribo estas palabras. Esta obra magna no debe ser producto del esfuerzo de unos cuantos, ni parte de un secreto a voces, o sellado bajo una patente inescrutable. ¡No! Los frutos de los hombres y mujeres del mañana serán producto del esfuerzo de la gigantesca comunidad humana que comparte sin egoísmo lo mejor de sus manos, de sus corazones, de sus cabezas. Así será.

Es probable que usted haya coqueteado con la idea de producir su propia marca de Silimarina (adicionada del infausto carbopol, claro), y si descubrió que un servidor puso en internet los hipervínculos necesarios para que la gente empiece a curarse de sus transtornos por sí misma de seguro se descorazonó al creer que se le iban a fugar en masa directos a comprar el Etagerin sus posibles clientes/pacientes. Si pensó o concluye así, comprendo su equívoco. Más bien, ocurrirá el fenómeno contrario, y mientras tanto, esa gente que ahora usará la marca que mencioné se estará curando para que cuando llegue el momento de su producto, estén plenamente convencidos de que funciona porque probaron uno antes que no era el de la meritita descubridora con resultados. ¿A poco cree que los mexicanos somos desagradecidos?, ¿no somos patriotas y solidarios con los nuestros?, ¿no somos los mejores publicistas precisamente por lo chismolero que nos caracteriza? ¡Ah, mujer de poca fe!

Doctora, mis ojos me arden porque estoy escribiendo en una de esas pc´s que usan monitor plano, de esos que llamo “sartenes”, pues los fríen. Le envío esta carta mañana y continúo después con la segunda parte. Le invito a visitar mis blogs entretanto: tepantzintlacaztalli.blogspot.com y 360.yahoo.com/ivanardila

Sinceramente espero que la haya capturado esta carta y que comencemos un nutrido diálogo por éste medio. En mis páginas podrá darse una idea de lo que pienso, siento y hago, cosas que también me gustaría conocer de usted. El futuro llegó hace mucho tiempo, y andamos rezagados, habrá que ponernos al tanto, habrá que poner a la gente al día; de esto se trata, de ser parte de él, de ser parte de la esperanza de un mañana, de devolvérsela a la gente, porque es un ancla en el futuro. La primera piedra, con la que se funda, es con la fe. ¿Tiene usted fe Doctora?

Tepantzin Tlacaztalli Huitzilíhuitl
Mexihco Tenochtitlan
4 de abril del 2007

ivanardila@gmail.com
ivanardila@yahoo.com.mx

1 comentario:

Jorge Garcia dijo...

Yo como Q.F.B. titulado y estando actualmente en el desarrollo de nuevas moléculas con propiedades farmacológicas en un laboratorio reconocido, comento a todas aquellas cabecitas que piensan que por leer sobre un principio activo supuestamente de origen natural (actualmente desarrollado sintéticamente , el comprobar en ratas su eficacia farmacológica no exenta que al interpolarse esta mismo p.a. y la misma dosis de prueba, en el humano aun pueda existir un riesgo o algún efecto adverso. Por lo que leí este fármaco aun esta en pruebas preclinicas (con ratas), por lo que considero que aun falta las pruebas clínicas (en humanos) por lo que esta ultima lleva por lo menos 5 años de proceso. Por lo que recomiendo a todas aquellas personas que intentan tomar un medicamento aun si sustento científico en humanos pueden poner en peligro su vida y si no es asi empeorar su enfermedad. El ser Médico lleva 6 años de estudio y algunos más de especialización, una simple página de internet aun que informe lo desconocido no tiene el sustento con estudios objetivos para recetar.