Coyolxauhqui fue “Ubicada” tiempo antes de su reporte oficial
INAH
Publicación: 2007-02-21 16:15:52
* La autorización a personal de Luz y Fuerza del Centro para realizar un pozo de sondeo cerca del lugar del hallazgo se dio con tres meses de anterioridad
* “El 1 de marzo de 1978 es la fecha del verdadero hallazgo de Coyolxauhqui, de su descubrimiento científico. No antes”: Raúl Arana
Después de cincos siglos de permanecer oculta, el primer día de marzo de 1978 apareció nuevamente Coyolxauhqui a la luz de la luna, y como toda mujer “caprichosa” obligó al cierre de una calle (Guatemala), a la expropiación de 40 mil metros cuadrados que dieron paso a la conformación del Proyecto Templo Mayor, a una declaratoria de Centro Histórico y a una historia de hallazgos sin fin.
Varias fechas rondan alrededor de su hallazgo, pero esta aventura debió iniciar “por lo menos” dos meses antes de que el ingeniero Orlando Gutiérrez tratara de informar a las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) sobre lo que se convertiría en el descubrimiento más importante del siglo XX ocurrido en el Valle de México.
Su “afortunado” identificador, el arqueólogo Raúl Arana, reveló “lo que pudo suceder hace 29 años, tiempo atrás de la versión oficial en torno a la aparición del monolito” y que bien podría encubrir una “mentira piadosa” de Gutiérrez, responsable de la cuadrilla de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro que trabajaba en la esquina de las calles de Guatemala y Argentina, en el corazón capitalino.
Cuando por fin el 23 de febrero de 1978, el ingeniero pudo entrevistarse con “alguien” del INAH (Raúl Martín Arana), le comentó a éste que desde hacía dos días trataba de reportar la localización de una pieza de enormes dimensiones en el citado cruce, es decir, desde el 21 de febrero. Esta fecha ha pasado como la “oficial” para el descubrimiento.
Sin embargo —dijo Arana—, “durante ese tiempo tuve la oportunidad de platicar con otro ingeniero, quien pertenecía al Departamento del Distrito Federal, y lo primero que me dijo fue: ¡Éstos están violando la ley! ¡Y la excavación no debía ser tan grande!”. La autorización para realizar un pozo de sondeo cerca del lugar del hallazgo, para ver la pertinencia de colocar un transformador, se dio con tres meses de anterioridad.
“La excavación que pude ver casi a la medianoche del 23 de febrero, medía aproximadamente cuatro metros de diámetro, no un metro, y dejaba al descubierto casi la mitad de la pieza: el penacho, la espalda con el cráneo en la cintura, y parte de una de las extremidades. Eso era lo que se apreciaba saliendo del fango”.
De acuerdo con el maestro, es posible que los primeros indicios del descubrimiento de Coyolxauhqui se dieran desde diciembre de 1977, momento en el que personal de Luz y Fuerza del Centro topó con el inicio de la misma, “pensaron que era más pequeña y la trataron de definir. Hasta que ya no les quedó otra más que reportarla y ver qué hacían con la ‘papa caliente’ que se habían encontrado.
“Era muy difícil que esos señores hicieran ese pozo en tres días, debieron hallarla por lo menos dos meses antes. Nosotros con todo el apoyo del Departamento del Distrito Federal, con maquinaria, trabajando día y noche para liberarla, tardamos hasta las 4:35 del 1 de marzo (previo a la visita presidencial) para tenerla completamente al descubierto”.
Fue en ese minuto cuando el arqueólogo Felipe Solís dirigiéndose a su colega, Francisco Hinojosa, le gritó: ¡Quítate que la aplastas! —pues sin querer se hallaba parado sobre uno de los pechos esculpidos en la piedra—. Desde ese momento, se supo que era la representación de la diosa lunar mexica: Coyolxauhqui, “La de los cascabeles en el rostro”, hija de Coatlicue, asesinada por su hermano Huitzilopchtli.
“El 1 de marzo de 1978 —señaló Raúl Arana— es la fecha del verdadero hallazgo de Coyolxauhqui, de su descubrimiento científico realizado por investigadores del INAH. No antes. Hasta esa hora de la madrugada trabajó un grupo de 18 personas, coordinadas por el arqueólogo Ángel García Cook y por mí”.
Una bomba
“Le aguarda una sorpresa”, había dicho el arqueólogo Gerardo Cepeda Cárdenas al dirigirse al presidente José López Portillo, quien a las 9:00 de la mañana del 1 de marzo llegó para admirar el monolito de 3.40 por 2.95 metros. Más tarde éste exclamaría: “Esto es precioso. ¡Qué otra ciudad del mundo tiene esta posibilidad!”.
Aunque la zona arqueológica del Templo Mayor nunca dejará de dar sorpresas —cabe destacar el reciente descubrimiento del monolito de Tlaltecuhtli—, para Raúl Arana simplemente: “No es lo mismo. Aquello fue una bomba”. Se trataba en ese entonces, con Coyolxauhqui, de algo inédito, “una pieza que se había guardado para nosotros casi 200 años”.
Los medios de comunicación también jugaron un papel importante, sobre todo la televisión, en la que Jacobo Zabludovsky dedicaba al hecho, a través de su noticiario, de 10 a 15 minutos diarios. “Toda la gente empezó a venir como si fuera una peregrinación a la Villa de Guadalupe, día y noche, de manera constante”.
En una nota de El Día, fechada el 1 de marzo de 1978, se lee: “Es tremendo este día para el personal de Salvamento Arqueológico. Después de la visita del Presidente con su comitiva, no se puede contener a la gente. De un lado de la barda empujan los curiosos y, del otro, arqueólogos y peones defienden la integridad de La de los cascabeles en las mejillas obligando a helicópteros y patrullas a intervenir para restablecer el orden”.
“Eran colas y colas de gente —continuó Arana—. Desafortunadamente para la gente de la ciudad estuvo prohibido, nunca vio los trabajos de excavación. Se hicieron algunas ventanitas en las bardas para que se asomaran y vieran los trabajos que se llevaban a cabo al interior. A cambio de ellos, artistas, políticos… Era una visita obligada”.
Explicó que tiempo atrás, él mismo había redactado un proyecto con el fin de hacer exploraciones mediante túneles, en el área del descubrimiento, y éste había sido aprobado. No obstante, se retrasó con el objetivo de “preparar” a la ciudadanía, “pasaron 4 meses y nadie se animaba, pero por otro lado, Coyolxauhqui ya estaba levantando las manos para salir.
“Cuando la vio López Portillo, recuerdo muy bien, volteó hacia donde estaba Carlos Hank González, entonces regente de la Ciudad de México, y le dijo: Esto es lo que esperábamos ¿verdad?. Ya no hay pretexto. Entonces adelante, lo que se gaste, ya nada nos detiene”.
INAH
Publicación: 2007-02-21 16:15:52
* La autorización a personal de Luz y Fuerza del Centro para realizar un pozo de sondeo cerca del lugar del hallazgo se dio con tres meses de anterioridad
* “El 1 de marzo de 1978 es la fecha del verdadero hallazgo de Coyolxauhqui, de su descubrimiento científico. No antes”: Raúl Arana
Después de cincos siglos de permanecer oculta, el primer día de marzo de 1978 apareció nuevamente Coyolxauhqui a la luz de la luna, y como toda mujer “caprichosa” obligó al cierre de una calle (Guatemala), a la expropiación de 40 mil metros cuadrados que dieron paso a la conformación del Proyecto Templo Mayor, a una declaratoria de Centro Histórico y a una historia de hallazgos sin fin.
Varias fechas rondan alrededor de su hallazgo, pero esta aventura debió iniciar “por lo menos” dos meses antes de que el ingeniero Orlando Gutiérrez tratara de informar a las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) sobre lo que se convertiría en el descubrimiento más importante del siglo XX ocurrido en el Valle de México.
Su “afortunado” identificador, el arqueólogo Raúl Arana, reveló “lo que pudo suceder hace 29 años, tiempo atrás de la versión oficial en torno a la aparición del monolito” y que bien podría encubrir una “mentira piadosa” de Gutiérrez, responsable de la cuadrilla de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro que trabajaba en la esquina de las calles de Guatemala y Argentina, en el corazón capitalino.
Cuando por fin el 23 de febrero de 1978, el ingeniero pudo entrevistarse con “alguien” del INAH (Raúl Martín Arana), le comentó a éste que desde hacía dos días trataba de reportar la localización de una pieza de enormes dimensiones en el citado cruce, es decir, desde el 21 de febrero. Esta fecha ha pasado como la “oficial” para el descubrimiento.
Sin embargo —dijo Arana—, “durante ese tiempo tuve la oportunidad de platicar con otro ingeniero, quien pertenecía al Departamento del Distrito Federal, y lo primero que me dijo fue: ¡Éstos están violando la ley! ¡Y la excavación no debía ser tan grande!”. La autorización para realizar un pozo de sondeo cerca del lugar del hallazgo, para ver la pertinencia de colocar un transformador, se dio con tres meses de anterioridad.
“La excavación que pude ver casi a la medianoche del 23 de febrero, medía aproximadamente cuatro metros de diámetro, no un metro, y dejaba al descubierto casi la mitad de la pieza: el penacho, la espalda con el cráneo en la cintura, y parte de una de las extremidades. Eso era lo que se apreciaba saliendo del fango”.
De acuerdo con el maestro, es posible que los primeros indicios del descubrimiento de Coyolxauhqui se dieran desde diciembre de 1977, momento en el que personal de Luz y Fuerza del Centro topó con el inicio de la misma, “pensaron que era más pequeña y la trataron de definir. Hasta que ya no les quedó otra más que reportarla y ver qué hacían con la ‘papa caliente’ que se habían encontrado.
“Era muy difícil que esos señores hicieran ese pozo en tres días, debieron hallarla por lo menos dos meses antes. Nosotros con todo el apoyo del Departamento del Distrito Federal, con maquinaria, trabajando día y noche para liberarla, tardamos hasta las 4:35 del 1 de marzo (previo a la visita presidencial) para tenerla completamente al descubierto”.
Fue en ese minuto cuando el arqueólogo Felipe Solís dirigiéndose a su colega, Francisco Hinojosa, le gritó: ¡Quítate que la aplastas! —pues sin querer se hallaba parado sobre uno de los pechos esculpidos en la piedra—. Desde ese momento, se supo que era la representación de la diosa lunar mexica: Coyolxauhqui, “La de los cascabeles en el rostro”, hija de Coatlicue, asesinada por su hermano Huitzilopchtli.
“El 1 de marzo de 1978 —señaló Raúl Arana— es la fecha del verdadero hallazgo de Coyolxauhqui, de su descubrimiento científico realizado por investigadores del INAH. No antes. Hasta esa hora de la madrugada trabajó un grupo de 18 personas, coordinadas por el arqueólogo Ángel García Cook y por mí”.
Una bomba
“Le aguarda una sorpresa”, había dicho el arqueólogo Gerardo Cepeda Cárdenas al dirigirse al presidente José López Portillo, quien a las 9:00 de la mañana del 1 de marzo llegó para admirar el monolito de 3.40 por 2.95 metros. Más tarde éste exclamaría: “Esto es precioso. ¡Qué otra ciudad del mundo tiene esta posibilidad!”.
Aunque la zona arqueológica del Templo Mayor nunca dejará de dar sorpresas —cabe destacar el reciente descubrimiento del monolito de Tlaltecuhtli—, para Raúl Arana simplemente: “No es lo mismo. Aquello fue una bomba”. Se trataba en ese entonces, con Coyolxauhqui, de algo inédito, “una pieza que se había guardado para nosotros casi 200 años”.
Los medios de comunicación también jugaron un papel importante, sobre todo la televisión, en la que Jacobo Zabludovsky dedicaba al hecho, a través de su noticiario, de 10 a 15 minutos diarios. “Toda la gente empezó a venir como si fuera una peregrinación a la Villa de Guadalupe, día y noche, de manera constante”.
En una nota de El Día, fechada el 1 de marzo de 1978, se lee: “Es tremendo este día para el personal de Salvamento Arqueológico. Después de la visita del Presidente con su comitiva, no se puede contener a la gente. De un lado de la barda empujan los curiosos y, del otro, arqueólogos y peones defienden la integridad de La de los cascabeles en las mejillas obligando a helicópteros y patrullas a intervenir para restablecer el orden”.
“Eran colas y colas de gente —continuó Arana—. Desafortunadamente para la gente de la ciudad estuvo prohibido, nunca vio los trabajos de excavación. Se hicieron algunas ventanitas en las bardas para que se asomaran y vieran los trabajos que se llevaban a cabo al interior. A cambio de ellos, artistas, políticos… Era una visita obligada”.
Explicó que tiempo atrás, él mismo había redactado un proyecto con el fin de hacer exploraciones mediante túneles, en el área del descubrimiento, y éste había sido aprobado. No obstante, se retrasó con el objetivo de “preparar” a la ciudadanía, “pasaron 4 meses y nadie se animaba, pero por otro lado, Coyolxauhqui ya estaba levantando las manos para salir.
“Cuando la vio López Portillo, recuerdo muy bien, volteó hacia donde estaba Carlos Hank González, entonces regente de la Ciudad de México, y le dijo: Esto es lo que esperábamos ¿verdad?. Ya no hay pretexto. Entonces adelante, lo que se gaste, ya nada nos detiene”.
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