domingo, 19 de agosto de 2007

Prólogo del libro.

DISMATERNAJE

"Sé cómo se cura la diabetes" dijo el niño, y las miradas de los adultos que lo acompañaban se tornaron condescendientes y dispuestas a la paciencia que se tiene con aquel que uno quiere pero que ha cometido una impertinencia.

Todo hubiera quedado allí porque esas mujeres no estaban dispuestas a seguirle el juego a su temeraria afirmación, pero una voz interna me dijo "no subestimes a los pequeños", y le dije

-¿Cuál es la cura que conoces?-

A los adultos no les suele agradar lo que los niños quieren decir porque las palabras de un corazón limpio representan un riesgo para quuienes se han acostumbrado a malversar la comunicación con la mentira, el invento, la ocultación o el pretexto, y su respuesta por seguro incomodará a muchos por lo que implica. El niño habló

-La leche materna.-

No mentiré: lo dicho por el niño me agarró en curva al tocar fibras en verdad profundas sin que fuera plenamente consciente de que lo hacía; intenté sanjar la cuestión con algo de gracia y atiné a comentar con tono de punto final

-¡Ha de ser una cura muy agradable!-

Y pasé presto a otra cosa, adulto al fin.

Sin embargo esas palabras siguieron dándole vuelta a mi cabeza durante días y al sumergirme al fin para entender por qué me intranquilizaron descubrí un mundo lleno de sabiduría, amor, belleza y dolor, sí, también un mundo de dolor.

La leche materna no es cualquier cosa. Pocos son capaces de justipreciarla percibiendo la magnificencia de ese lácteo don, de esa líquida gracia, de ese blanco amor. No es únicamente el alimento completo por antonomasia de un ser que descubre por primera vez al mundo, lo cual ya sería demasiado decir. Es esto, y también mucho más que esto.

Es el río que contiene al ejercito matriarcal que defenderá de los enemigos vivos e inanimados al pequeño vástago indefenso, es decir, en ese líquido vital, vitalizante, vivo, viajan anticuerpos dispuestos a luchar hasta la muerte en contra de virus, bacterias, hongos, parásitos y toxinas que de otra forma pondrían en riesgo de enfermedad, envenenamiento o muerte al lactante.

Es el vehículo de una comunicación química precisa entre la madre y la diminuta vida a su cargo; el bebé realiza automática e inconscientemente el diagnóstico de sus deficiencias y necesidades comunicándolo al seno de mamá y ella corresponde dando exactamente aquello que la sabiduría innata de su hijo le ha demandado.

Es cauce de dos vías para el amor más profundo que existe, el níveo cordel que ata a dos seres en el acto amoroso más evidente e incondicional.

Es lluvia nutricia para el infante, que al igual que el maná que Dios ofrendó desde su Reino a sus hijos elegidos para salvarles, lo dá todo. Es el pan exacto, el vino preciso para calmar sed y hambre de cuerpo y alma, además, dado en tiempo y forma.

Dios dá a la madre oportunidad de emularlo: llena de tibia miel sus senos disponiéndolos al banquete y en temprana hora anuncia con un evangelio de amor su inminente Eucaristía con tal de que el nacido tenga el refrendo y la memoria de la comida celestial que le aguarda y la añore de por vida. Sólo Dios le calmará la sed y el hambre para siempre.

Viendo con estos ojos panópticos al fenómeno sin par de la lactancia no queda más que darle razón al niño que al principio nos anunciaba conocer la cura de la Diabetes; ésta es una de cientos de condiciones patológicas que afloran en el organismo como consecuencia de los transtornos alimentarios, y estos a su vez son una contradicción clara del fenómeno nutricio que exaltamos líneas arriba en un afán de clarificarlo, pues en la lactancia integral se cumplimentan en tiempo y forma todos los requerimentos que la nutrición humana necesita, mientras que en la patología alimentaria el plato donde se sirve la ingesta está hecho de caos.

A los prodiabéticos, prediabéticos y diabéticos no hay amor que les mueva: en sus vidas sedentarias, faltas de motricidad, de motivos, intentan recibir por la boca a la par de la dulzura y energía de los carbohidratos aquello que en la leche de sus madres encontraron y que bien recuerdan en la intimidad de sus corazones y estómagos, aquello que añoran de la querencia materna, el amor sin condiciones que no hallan en ningún lado de sus vidas. Lo buscan infructuosamente en lo que es dulce o está cargado de calorías, de calor, pues rememoran que allí, en ese alimento primigenio, al mismo tiempo que la miel y la calidez, yacía el cariño a manos llenas. Repiten el gesto sin parar, compulsivamente, y mientras pierden en ese rito de búsqueda fracasado la salud y sus cuerpos, no encuentran a mamá.

Todo transtorno alimenticio puede obedecer a una disfunción del arquetipo materno interiorizado, es decir, a un deterioro o falta de crecimiento de las capacidades individuales de autocuidado; dicho sencillo: quienes padecen una enfermedad nutrimental son incapaces de reinstaurar de manera autónoma el ritual de preservación que una lactancia sana implica.

Tepantzin Tlacaztalli Huitzilíhuitl
De Santa María Coatlaxópeuh
19 de agosto del 2007, 10:00 PM
Sto. Domingo, Coyohuácan.

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